EL CINE COLOMBIANO
CALIDAD VS MARKETING
Autor: NELSON RENDÓN GARRO
La tierra y la sombra ganó cuatro premios en el Festival de
Cannes (2015) y su director César Acevedo espera que mucha gente asista a las
salas para ver su película. El abrazo de
la serpiente, de Ciro Guerra, ganó un premio en el mismo festival y su
película también está nominada para los premios Òscar de la Academia. La
película de Ciro Guerra ha sido vista por más espectadores, pues este director
ya conquistó un público; uno puede decir: voy a ver una película de Ciro Guerra
porque me encuentro con una producción única, que obedece a una estética singular. La sombra del caminante, película que
logró múltiples premios en todo el mundo, fue la puerta que le abrió un camino
a Ciro. Decir Ciro Guerra es acercarse a un cine de autor, el tipo de películas
que no son para un público masivo, sino para aquellos que les gusta el buen
cine. César Acevedo también ha empezado, de una manera acertada, a crear un
público para su cine. Es un director joven y seguramente vendrán más películas
con su sello. Lo fundamental es que siga ese camino de rigurosidad con el que
hizo La tierra y la sombra, que tenga
la paciencia y el suficiente tiempo para pensar una próxima película que supere
o que esté a la altura de la anterior.
La Tierra y la sombra cobra importancia en los actuales
momentos, cuando se está hablando de la agroindustria. La caña de azúcar es uno
de los cultivos extensivos que se ha sostenido a través del tiempo en el Valle
del Cauca. Con la concentración de la tierra en manos de unos cuantos
empresarios, gracias al conflicto armado, los campesinos verán crecer los
cultivos al pie de su casa, pero les estará prohibido coger un fruto, como les
sucedió a Adán y Eva en el relato bíblico. Otro aspecto que se destaca en La tierra y la sombra es el tratamiento
de un tema íntimo, encarnado por unos personajes del campo. En esta época la
intimidad no existe; las redes sociales, las cámaras de vigilancia y los medios
de comunicación obligan a que todo el mundo aparezca desnudo ante las
pantallas. Tal vez fue esto último lo que cautivo a los jurados en Cannes,
encontrarse con una película elemental que remite a los sentimientos más
profundos de la condición humana. Un tercer aspecto tiene que ver con el cine
que se hace hoy; son grandes producciones que se apoyan en la tecnología
digital para crear sus fantasías. El cine ya no solamente es digital, en su
registro, sino en la construcción de realidades en pantallas de computadoras,
en las que son destruidas ciudades enteras con terremotos devastadores. La tierra y la sombra es el regreso al
cine realista, que, prescindiendo de los efectos especiales, se centra en una
historia bien contada y técnicamente filmada con los instrumentos elementales
del cine (las luces, una cámara y un micrófono).
El público del
cine es diverso; va desde las pequeñas minorías deslumbradas por el cine
clásico de Fellini y Bergman hasta los públicos masivos que llenan los
multiplex en la premier de películas como Rápido
y furioso y las producciones de superhéroes (Batman y Superman). En
Colombia, el cine de Dago García ya tiene un público asegurado; es la gente que
ve Sábados Felices cada fin de semana; aquellos que se inscriben dentro de la
idiosincrasia del país, que apoyan a la Selección Colombia y aman a su patria.
El espectador se identifica con ese borracho que hace piruetas en la pantalla y
asiste al cine porque allí se va a encontrar con él para reírse de sus
defectos. En teatro, un ejemplo es el Águila Descalza; abandonaron el teatro
del absurdo para montar obras que atrajeran al gran público. Se valieron de la
idiosincrasia del paisa, lo avispado que es para los negocios, y la gente llena
la sala en cada función. El Atlético Nacional creó la estrategia de niños
gratis al estadio y ahora los hinchas no caben en las tribunas.
Las
producciones en Colombia son diversas; pueden atraer a públicos masivos o a
minorías que quieren deleitarse con El
abrazo de la Serpiente o con La
tierra y la sombra. No se debería calificar una película de buena o mala,
tomando como referencia el número de espectadores que asiste a verla, máxime
cuando en este país el cine colombiano apenas llega a unas cuantas ciudades
(Bogotá, Barranquilla, Cali y Medellín). Que una película sea buena depende de
muchos factores que van desde el guion hasta la edición, y esto hay que tenerlo
presente a la hora de pretender que la gente vea cine nacional. Colombia ya
está logrando un número alto de películas cada año, pero le hace falta calidad
universal y formar un público que esté pendiente de los estrenos en las salas.
Es una falacia
que el cine colombiano intente competir con el cine comercial; este posee
millones de dólares para rodar y promocionar las películas. Cuando uno ve una
película taquillera descubre que, bajo el ropaje de los efectos digitales, se
esconde la misma trama trillada de siempre. Estas películas se destacan por lo
asombroso de sus efectos especiales, por las imágenes sin límites, en las que
todo es posible. El cine colombiano debe conquistar su propio público con unas
historias bien contadas; las tramas tienen que ser fuertes y dramáticamente
bien elaboradas. Que la actuación sea rica en detalles es fundamental para contar
una historia que cautive por el dramatismo, y no se trata de llorar a moco vaciado,
sino de saber exteriorizar en acciones y gestos las emociones del personaje.
El problema del
cine nacional fue que se vio lleno de dinero de un momento a otro; el cine hay
que construirlo de una manera rigurosa, abriendo escuelas para enseñar desde el
germen de un guion hasta el marketing, pasando por la actuación, el rodaje y la
edición. Abunda el dinero, pero no hay tramas ni actores bien preparados;
entonces la mayoría de las producciones que salen al mercado son débiles, no
cautivan. Al año se producen muchas películas, pero una o dos son las que
sobresalen por su calidad. Otro factor para tener en cuenta es la publicidad de
las películas; es tan importante tener dinero para rodar, como conseguirlo para
promocionar la película. Un empresario colombiano afirmaba que si él tenía cien
mil pesos para montar una empresa, invertía veinte mil en maquinaria y materia prima, y ochenta mil en
publicidad.
La creación de
un público requiere de paciencia y estrategias. Colombia nunca ha tenido un
cine permanente; por décadas aparecía una que otra película y, esto, sumado a
una crítica que siempre desnudó lo malo del cine nacional, no ha permitido que
la gente se enamore, que sienta una pasión por lo propio. Las pantallas del
cine latinoamericano se mantienen invadidas por producciones norteamericanas
que mueven millones de dólares. Es necesario abrirse al mundo, que las
películas no se queden guardadas para irlas exhibiendo en uno que otro festival
o pendientes de una mendicidad comercial para que los exhibidores se conmuevan
y les destinen un espacio en las pantallas de los multiplex. El cine
colombiano, por su calidad técnica y creativa, tiene que atraer a los grandes
exhibidores nacionales e internacionales. Está claro que con la actual taquilla
local no se logra recuperar la inversión hecha en una película.
Ahora bien, la
promoción del cine colombiano no se puede reducir a las salas de los multiplex;
se hace necesario llevar las películas a las empresas y los colegios para que
los jóvenes las tengan al alcance de la mano. El internet y la televisión son
los mejores medios masivos para promocionar una película. Debería existir una
maleta del cine colombiano cada año, financiada por el Ministerio de Cultura, y
que esta llegue a todos los municipios de Colombia. Dicha maleta seleccionaría
las mejores películas teniendo como parámetros su calidad y los logros en
festivales nacionales e internacionales. También hay que promover un canal
sobre cine latinoamericano que haga parte de la programación básica de los
operadores de cable. Crear el gran festival del cine colombiano valiéndose, no
solo de las salas de cine, sino de los canales de televisión y las casas de la
cultura de los municipios, y esto ya se está haciendo con la Semana del cine
colombiano, pero falta extenderla a toda la geografía nacional. En cada
universidad se podría institucionalizar un cine club exclusivo para mostrar
cine colombiano. Por el momento, lo importante no es la taquilla, sino colocar
el cine nuestro al alcance de los colombianos. Lo que no se muestra, no se
vende. Ya Colombia produce un número considerable de estrenos al año, pero hace
falta implementar unas estrategias de marketing que vayan más allá del dinero,
de las estadísticas mensuales que miden una película por el número de
espectadores que acuden a los multiplex. Que en los lugares más apartados de la
geografía nacional, la gente reconozca el país en el cine colombiano, que se
entere de las problemáticas de otras regiones y de las de su propio entorno. De
esta manera se estaría compensando, socialmente, el recaudo de los impuestos a
la taquilla, el cual se está utilizando para financiar el cine nacional.
A manera de conclusión,
primero hay que tener una estupenda película; luego, hay que catapultarla con
una buena promoción, que sea envolvente y masiva para que llegue a todos los
públicos, pero sin olvidar la doble característica del cine como arte y como
espectáculo. En el cine de autor, el autor crea un público con su estética, y
este nunca ha sido masivo a través de la historia del cine. En el cine como
espectáculo, existen unas estrategias, como las de Dago García con sus
producciones, y el público es masivo porque a este se le da el tipo de película
que pide y, además, está motivado por un marketing acertado, como estrenar la
película un 25 de diciembre para que la gente pase el guayabo en una sala de
cine, riéndose de él mismo.
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