180
SEGUNDOS. LA VIDA ES UNA COMEDIA TRÁGICA
Autor:
NELSON RENDÓN GARRO
El
mayor esfuerzo es el que no se hace, parece decir esta película desde el inicio
cuando los asaltantes charlan sentados en un negocio; son palabras sin
importancia las que comparten en medio de las risas, pero estas construyen de
una vez una empatía con el espectador, quien ríe con ellos y, por momentos, va
presenciando la tragedia de su último asalto a una casa de cambios. Es curioso,
pero no se halla un sentimiento de rechazo, o una queja moral por lo que hacen
los personajes; los asaltantes son muchachos agradables, jóvenes locos, gente
común y corriente. Nada de malacaras excesivas, ni de gestos agresivos, como
todos los malos de las películas; ni de la construcción de una dramática con un
origen en los conflictos sociales o desde un enfoque político u oficial.
Ubicada
en la ciudad de Cali, 180 segundos avanza hacia el día de un partido de fútbol
entre Colombia y Uruguay, anticipando el final trágico desde un presente, pero
sin dejar de divertirse: se come y se toma licor, se ven las calles atiborradas
de gente, el enamoramiento entre el policía Rincón y Angélica, la hermana de
Zico; los comentarios desprevenidos sobre el partido de fútbol son tan
naturales como si uno los estuviera viviendo en el puesto del vendedor de
libros, periódicos y revistas. Se planea el último asalto no con el fin de
conseguir un billete para montar un negocio honrado y cambiar de vida, pues
Zico y Angélica son personajes vacíos, que no aspiran a nada, fuera de pasarla
bueno, por supuesto; ellos son asaltante y lo único que quieren es viajar por
Europa para conocer sus ruinas y caminar por las calles.
Aristóteles
decía en su Poética que todo es lo que tiene principio, medio y fin; en esta
película, se planea el asalto dentro de una vida instantánea en la que la
comedia y la tragedia se encienden y se apagan como si fuera una bombilla. En
la trama se accede a la risa y al dolor venidero; el mundo ya no tiene pasado;
se vive el momento, ese instante que hay que gozárselo en la piscina. El único
personaje que parece bueno, que lucha por el bien, es el policía Rincón porque
sus compañeros de trabajo también andan en negocios sucios; uno de ellos,
valiéndose de El Caleño, define a Colombia como un país de telenovelas, fútbol
y violencia; la gente compra este periódico porque quiere saber de los muertos
del día anterior. Y si se miran los noticieros nacionales, el comentario de
este policía no está tan alejado de la realidad; todos los días se ve delincuencia
común, narcotráfico y corrupción; ya no es necesario pararse frente al
televisor, ya se sabe los temas que van a tratar las noticias.
Qué
bueno que ya se pueda ir a cine sin la incertidumbre que causaba en otra época
el cine colombiano, cuando uno primero pensaba en apoyar lo nuestro y después
en la película; ahora se camina por el centro comercial, se mira la cartelera,
se escoge la película y se entra a la sala; la diferencia entre el cine
nacional y el internacional se ha acortado; casi que ni existe; los nuevos
directores están creando propuestas más allá de lo local, de ese provincianismo
del humor bobo. Una película como 180 segundos puede competir en cartelera sin
ningún complejo, y aunque no tenga un marketing de millones de dólares; su
calidad narrativa y visual la sostiene más allá del día del estreno; aun su
taquilla es mejor que las de los otros
estrenos comerciales. Ya no existe la disculpa de que se nos apagó la cámara y
por eso está toma nos quedó inconclusa o que el guión todavía no estaba
terminado y hubo que rodarlo así por falta de presupuesto. Una película mala y
una buena cuestan lo mismo; la diferencia está en que cuando sucede lo primero
el director tiene que asistir a los conversatorios para defender con la palabra
lo que no logró en la imagen. Siquiera ya se está acabando ese sentimiento de
lástima que despertaban las películas colombianas; no basta con que el motivo
sea de la eterna violencia política, ni este es el único que merece ser
filmado; al motivo o historia es necesario colocarle el ropaje de un buen guión
y una puesta en escena juiciosa y rigurosa, más una trama que narre también el
sentimiento de la inestabilidad que viven las ciudades. En 180 segundos se
puede apreciar una propuesta visual muy interesante con recursos como la cámara
al hombro y el vídeo clic de los musicales, más el diseño de una fotografía que
resalta lo que le está sucediendo a los personajes, como cuando matan a Zico;
es como si se viera esta escena por medio de una cámara de vigilancia; y en las
escenas donde se planea el asalto aparecen unas especies de borradores escritos
en la pantalla, lo que entra en coherencia con el oficio de Angélica; ella se
vale de la tecnología para neutralizar los sistemas de seguridad de la casa de
cambios. La película no se queda en un lugar común para encasillarse en un
género; la música ambienta las escenas de una manera armónica, esto es, sin
dejar caer la atmósfera de alegría y llanto en un mundo mediático, rápido, sin
espacio para la nostalgia del pasado; apenas sí el amor entre Angélica y Rincón
muestra algún remanso de felicidad futura, y luego viene el tema de dolor
cuando ella corre al edificio. Durante toda la película se observa cierta
inestabilidad causada, tanto por la cámara al hombro como por la anticipación
de lo que está sucediendo más adelante; esto hace que no se esté tranquilo en
la silla; se querrá saber cómo va a terminar esta locura de esos manes o
parceros.
180
segundos sostiene la atención del espectador, lo repito, porque crea un vínculo
de camaradería con los personajes; es grato escuchar las risas de los
espectadores en la sala, las que se unen con las de la pantalla; pero está la
otra cara de la moneda; entre ese jolgorio perpetuo está presente la violencia;
ellos son una banda de asaltantes que en dos años han cometido catorce asaltos,
pero sin sangre, y planean hacer su último trabajo para retirarse. Dicho
vínculo amable, y cómplice, hace que el espectador los acompañe en la tragedia
cuando se descubre que Rincón es un policía y que ellos están atrapados en el
edificio. Angélica es una asaltante, pero nadie aplaude cuando matan a Zico;
más bien se siente el dolor solidario hacia ella porque le mataron al hermano.
La
crítica, en general, suele meter en los géneros cada película que sale al
mercado, como aquellas secretarias que se encargan de archivar los informes de
una empresa en carpetas debidamente clasificadas. Esta es una película en la
que no existen los policías buenos, esos que matan por la justicia y la
verdad, que en nombre del bien luchan por acabar el mal; tal vez el bien sería
representado por el policía infiltrado (Rincón), pero también está engañando a
sus amigos, aunque ama a Angélica, y, a la vez, está siendo engañado por sus
compañeros de la policía. El público está enseñado al esquema del bien y del
mal; en esta película se está de parte del mal porque este ríe y lleva una vida
disipada (pasarla bueno, sabroso), casi que todos los espectadores quisieran
vivir de la misma manera.