lunes, 23 de abril de 2012

180 segundos. La vida es una comedia trágica




180 SEGUNDOS. LA VIDA ES UNA COMEDIA TRÁGICA



Autor: NELSON RENDÓN GARRO

El mayor esfuerzo es el que no se hace, parece decir esta película desde el inicio cuando los asaltantes charlan sentados en un negocio; son palabras sin importancia las que comparten en medio de las risas, pero estas construyen de una vez una empatía con el espectador, quien ríe con ellos y, por momentos, va presenciando la tragedia de su último asalto a una casa de cambios. Es curioso, pero no se halla un sentimiento de rechazo, o una queja moral por lo que hacen los personajes; los asaltantes son muchachos agradables, jóvenes locos, gente común y corriente. Nada de malacaras excesivas, ni de gestos agresivos, como todos los malos de las películas; ni de la construcción de una dramática con un origen en los conflictos sociales o desde un enfoque político u oficial.

Ubicada en la ciudad de Cali, 180 segundos avanza hacia el día de un partido de fútbol entre Colombia y Uruguay, anticipando el final trágico desde un presente, pero sin dejar de divertirse: se come y se toma licor, se ven las calles atiborradas de gente, el enamoramiento entre el policía Rincón y Angélica, la hermana de Zico; los comentarios desprevenidos sobre el partido de fútbol son tan naturales como si uno los estuviera viviendo en el puesto del vendedor de libros, periódicos y revistas. Se planea el último asalto no con el fin de conseguir un billete para montar un negocio honrado y cambiar de vida, pues Zico y Angélica son personajes vacíos, que no aspiran a nada, fuera de pasarla bueno, por supuesto; ellos son asaltante y lo único que quieren es viajar por Europa para conocer sus ruinas y caminar por las calles.

Aristóteles decía en su Poética que todo es lo que tiene principio, medio y fin; en esta película, se planea el asalto dentro de una vida instantánea en la que la comedia y la tragedia se encienden y se apagan como si fuera una bombilla. En la trama se accede a la risa y al dolor venidero; el mundo ya no tiene pasado; se vive el momento, ese instante que hay que gozárselo en la piscina. El único personaje que parece bueno, que lucha por el bien, es el policía Rincón porque sus compañeros de trabajo también andan en negocios sucios; uno de ellos, valiéndose de El Caleño, define a Colombia como un país de telenovelas, fútbol y violencia; la gente compra este periódico porque quiere saber de los muertos del día anterior. Y si se miran los noticieros nacionales, el comentario de este policía no está tan alejado de la realidad; todos los días se ve delincuencia común, narcotráfico y corrupción; ya no es necesario pararse frente al televisor, ya se sabe los temas que van a tratar las noticias.

Qué bueno que ya se pueda ir a cine sin la incertidumbre que causaba en otra época el cine colombiano, cuando uno primero pensaba en apoyar lo nuestro y después en la película; ahora se camina por el centro comercial, se mira la cartelera, se escoge la película y se entra a la sala; la diferencia entre el cine nacional y el internacional se ha acortado; casi que ni existe; los nuevos directores están creando propuestas más allá de lo local, de ese provincianismo del humor bobo. Una película como 180 segundos puede competir en cartelera sin ningún complejo, y aunque no tenga un marketing de millones de dólares; su calidad narrativa y visual la sostiene más allá del día del estreno; aun su taquilla es mejor que las  de los otros estrenos comerciales. Ya no existe la disculpa de que se nos apagó la cámara y por eso está toma nos quedó inconclusa o que el guión todavía no estaba terminado y hubo que rodarlo así por falta de presupuesto. Una película mala y una buena cuestan lo mismo; la diferencia está en que cuando sucede lo primero el director tiene que asistir a los conversatorios para defender con la palabra lo que no logró en la imagen. Siquiera ya se está acabando ese sentimiento de lástima que despertaban las películas colombianas; no basta con que el motivo sea de la eterna violencia política, ni este es el único que merece ser filmado; al motivo o historia es necesario colocarle el ropaje de un buen guión y una puesta en escena juiciosa y rigurosa, más una trama que narre también el sentimiento de la inestabilidad que viven las ciudades. En 180 segundos se puede apreciar una propuesta visual muy interesante con recursos como la cámara al hombro y el vídeo clic de los musicales, más el diseño de una fotografía que resalta lo que le está sucediendo a los personajes, como cuando matan a Zico; es como si se viera esta escena por medio de una cámara de vigilancia; y en las escenas donde se planea el asalto aparecen unas especies de borradores escritos en la pantalla, lo que entra en coherencia con el oficio de Angélica; ella se vale de la tecnología para neutralizar los sistemas de seguridad de la casa de cambios. La película no se queda en un lugar común para encasillarse en un género; la música ambienta las escenas de una manera armónica, esto es, sin dejar caer la atmósfera de alegría y llanto en un mundo mediático, rápido, sin espacio para la nostalgia del pasado; apenas sí el amor entre Angélica y Rincón muestra algún remanso de felicidad futura, y luego viene el tema de dolor cuando ella corre al edificio. Durante toda la película se observa cierta inestabilidad causada, tanto por la cámara al hombro como por la anticipación de lo que está sucediendo más adelante; esto hace que no se esté tranquilo en la silla; se querrá saber cómo va a terminar esta locura de esos manes o parceros.

180 segundos sostiene la atención del espectador, lo repito, porque crea un vínculo de camaradería con los personajes; es grato escuchar las risas de los espectadores en la sala, las que se unen con las de la pantalla; pero está la otra cara de la moneda; entre ese jolgorio perpetuo está presente la violencia; ellos son una banda de asaltantes que en dos años han cometido catorce asaltos, pero sin sangre, y planean hacer su último trabajo para retirarse. Dicho vínculo amable, y cómplice, hace que el espectador los acompañe en la tragedia cuando se descubre que Rincón es un policía y que ellos están atrapados en el edificio. Angélica es una asaltante, pero nadie aplaude cuando matan a Zico; más bien se siente el dolor solidario hacia ella porque le mataron al hermano.

La crítica, en general, suele meter en los géneros cada película que sale al mercado, como aquellas secretarias que se encargan de archivar los informes de una empresa en carpetas debidamente clasificadas. Esta es una película en la que no existen los policías buenos, esos que matan por la justicia y la verdad, que en nombre del bien luchan por acabar el mal; tal vez el bien sería representado por el policía infiltrado (Rincón), pero también está engañando a sus amigos, aunque ama a Angélica, y, a la vez, está siendo engañado por sus compañeros de la policía. El público está enseñado al esquema del bien y del mal; en esta película se está de parte del mal porque este ríe y lleva una vida disipada (pasarla bueno, sabroso), casi que todos los espectadores quisieran vivir de la misma manera.


viernes, 13 de abril de 2012

La cara oculta, La escena fundamental










LA ESCENA FUNDAMENTAL

(La cara oculta)



Autor: NELSON RENDÓN GARRO

El cine existe en el movimiento y en el público que se sienta en las butacas, frente a la pantalla. El primero es una ilusión; el segundo se sumerge en un sueño de una realidad  tan compleja y nítida como la vida misma. Siempre han estado separados el cine y el público, pero a este le ha tocado padecer las mayores tragedias sin poder hacer nada por los que mueren de múltiples maneras en la pantalla. Irónicamente, los personajes no ven ni escuchan al público, pero él se vale de la imagen y de los parlantes para sentirlo todo, hasta los murmullos. En el teatro el actor está presente con su personaje, y este es de carne y hueso y ocupa un lugar en el escenario; le es lícito mirar al público y escuchar sus aplausos; hasta se baja de las tablas y estrecha la mano de los espectadores. En el cine se pierde la presencia del actor; se está frente a un personaje que no se puede tocar, que simplemente está registrado en una cinta; al final de la película, el público no lo verá por las calles de su pueblo, pues tal vez ya el actor murió o se encuentre en una región alejada del Himalaya.

En La cara oculta, Belén, sin salirse de la ficción de la pantalla, se coloca al mismo nivel del público; penetra en el secreto de Emma con el fin de darle una lección a su novio, y este refugio es igual a la sala donde se sientan los espectadores, ya que posee un espejo unidireccional y un parlante; ella escucha y ve lo que sucede en la habitación y en el baño, pero Adrián permanece afuera, siendo cine. Belén establece una relación de complicidad con el público a través de los gestos; con estos parece decirnos que Adrian es un caballero porque le lleva flores o que la descubrió en la mentira, de que lo había abandonado, porque encontró una crema en el baño. Los gestos de Belén equivalen a los gestos que la acción de la pantalla produce en el público; recuérdese que a este no le es permitido hablar mientras ve la película. En este juego de acción y reacción el público presencia la misma historia dos veces, lo que, a la vez se relaciona con la trama, la cual empieza en Fabiana y luego se devuelve hasta Belén para pasar nuevamente por Fabiana y continuar hacia el final. La cara oculta rompe el dualismo, película – público (emisor-receptor), ya que entre los dos se interpone Belén;  el espectador tiene dos miradas, pero ambas son ficticias.

A Belén se le cae la llave antes de entrar en el refugio; esto hace que ella quede atrapada en el adentro, pero el público no puede hacer nada; a ninguno de los espectadores le es permitido penetrar en la pantalla para coger las llaves y abrirle la puerta a Belén; solo le queda esperar a que alguien más de la ficción se dé cuenta, Fabiana encuentra las llaves y descubre que Belén está ahí, pero ella no va a ser tan boba para malograr su oportunidad de tener a Adrián, un director de orquesta que, posiblemente, se la llevará para España.

Este hiperrealismo, si así se puede llamar, hace recordar los inicios del cine, cuando los espectadores se agachaban en las butacas para que no los fuera a atropellar esa locomotora que se les venía de frente. Mediante la escena del refugio, La cara oculta rompe la frontera entre la realidad (el público) y la ficción (la película), y le hace creer al primero que él también es ficción, y sí que lo es, porque establece una convención con la pantalla para creer y sentir en lo que ve y escucha. La luz que se apaga no es la bombilla del teatro, sino la vida de los espectadores; en la pantalla se ilumina esa otra vida que pertenece a un afuera que, sin embargo, no existe para el público.