jueves, 4 de septiembre de 2014

EL TIPLE, DE IVÁN GAONA





LA INTIMIDAD DE LA HISTORIA

en EL TIPLE

de Iván Gaona

La puerta de una casa campesina se abre para contarle una historia al espectador. Verónica, la esposa, está enferma en la cama y Pastor, el esposo, deberá conseguir el dinero para comprarle los medicamentos. Lo único que posee para vender es el tiple, el instrumento más preciado porque lo ha acompañado durante cuarenta años. Lo que tiene valor no es lo que cuesta millones de pesos, como un vehículo de alta gama o una casa grande, llena de comodidades. Vale más aquello que está dentro del sentimiento de la vida de una persona, el hecho de sentarse todas las tardes, después de la jornada, a tocar unas cuerdas y a tararear una canción, o el irse para una cantina del pueblo a tocar canciones por unos cuantos aguardientes que le brindan los amigos. Son estos momentos lúdicos los que alejan al hombre de su condición de especie para convertirlo en un ser humano que es sensible al arte de la música. Se podría afirmar, entonces, que el dinero no vale nada, pero, si no se tiene, representa todo en un mundo material; desgraciadamente, el tiple cuesta dinero, apenas más de lo necesario para adquirir los medicamentos que pararán de la cama a Verónica.

Pastor se ve enfrentado a dos sentimientos sublimes: por un lado está la esposa enferma y, por el otro, el tiple; debe optar por dejarla enferma, quizá, hasta que muera, o deshacerse de su instrumento. Elige el segundo porque él podría recuperar el tiple más adelante, pero la vida de su esposa, si se pierde, es para siempre. Sabe que alguien en el pueblo le gustaría comprarle el tiple, porque ya le ha ofrecido por este, entonces la llama y luego sale por la carretera con su preciado tesoro en las manos. Antes de entregarle el tiple a Gladys y recibir el dinero toca un torbellino y, con el pesar en el rostro, regresa a su parcela. Pero, vaya sorpresa, su esposa ya está levantada porque su hija logró, por otro medio, conseguir los medicamentos. La sorpresa es mayor cuando vuelve de buscar el tiple y se encuentra con Gladys, la nueva dueña del instrumento; ella ha ido a devolvérselo. Verónica le pide que le cante una canción y él se sienta a tocar. La tristeza por la pérdida del instrumento da paso a la alegría, el sentimiento grande por haberlo recuperado. La puerta se cierra como si fuera el telón de una sala de cine; el espectador se sonríe, se pone en pie y sale con la satisfacción en el rostro; por un momento, unos cuantos minutos nada más, se entristeció porque creyó que el protagonista había perdido su instrumento más preciado.

La fuerza de esta historia no se halla en el valor monetario del tiple, sino en lo que representa para su personaje. El compartir los años con su instrumento crea apego hacia este; el tiple ya no es un objeto cualquiera; está incluido en la rutina diaria, en la vida de la familia. Es como cuando alguien abandona un lugar; no es una casa o un paisaje lo que deja atrás, sino su propia vida, las raíces que ha arraigado. Verónica quiere que le toque una canción, es ella la que suele escucharlo, pero Pastor no puede porque ya sale a vender el tiple; entonces él le saca una disculpa: le dice que cuando se alivie. Toda historia debería tener una fuerza, una energía que la empuje hacia una solución, y esta no puede ser material, sino que tiene que surgir de los sentimientos y las convicciones de los personajes. Una acción es significativa en una película, no por su espectacularidad, sino por la fuerza interior del personaje que la produce. Existe una pérdida si se toma una decisión; puede ser el honor, la ética o, en este cortometraje, un tiple, pero luego deberá aparecer la ganancia, la solución o vuelta a la normalidad. En la trama hay una alteración: se rompe la cotidianidad porque Verónica se enferma y se requiere de una solución inmediata; al final, ella se recupera y la vida de esta familia retorna, vuelve a ser como antes. Todos se reúnen (Verónica, la hija y Gladys) para escuchar a Pastor.

La misma imagen describe los personajes por sus características físicas y sicológicas, más el entorno donde se encuentran: se trata de campesinos, seres humildes que viven una historia que no es importante para convertirse en noticia. ¿A qué reportero y audiencia televisiva le va a interesar que un hombre venda un tiple porque necesita dinero para comprar unos medicamentos? No es la muerte de un personaje ilustre ni la bomba que explotó en Siria; tampoco se refiere a la corrupción o el atraco a un banco. Esta historia es significativa para los personajes que la viven y para el espectador que la ve. El cine, a diferencia de los medios de comunicación masivos, establece una relación íntima con el espectador que asiste a una sala. Al apagar la luz, la única fuente luminosa es la del telón, espacio blanco en el que se está contando una historia mediante imágenes y sonidos. Esta historia en manos de un noticiero serviría para despertar lástima, pero, gracias a la sabiduría de su director (Iván Gaona), se convirtió en una pieza cinematográfica sublime.

La historia está contada de una manera íntima; no se aleja para mostrar otras cosas, como decirle al espectador que sucede en un país que tiene una guerra crónica, con el único pretexto de dar a conocer una época. No quiere decir esto que el tiempo no exista; se relaciona directamente con la vida y acción de los personajes; es la época de la vejez de los esposos y es el día en que ella cayó enferma y a él le tocó salir a vender tiple. En cuanto al espacio, el espectador sabe que es una casa campesino y un pueblo (Güepsa) los lugares donde sucede esta historia; se da cuenta porque el protagonista está en su casa y camina al pueblo y pregunta en el mercado si alguien ha visto a la señora Gladys. Hay que saber pensar las historias para no caer en las imposiciones académicas, en aquello que dictan los cánones de los expertos en guion y narración. La intimidad de la historia en ningún momento se rompe; el espectador fue un visitante que traspasó la puerta para saber que allí, adentro, sucedía algo. Caminó con el protagonista a vender el tiple; luego salió con este a recuperarlo y, por fin, tuvo la sorpresa al final. A Gladys, la compradora del tiple, poco le importaba el valor del dinero, pero sí lo que representaba este instrumento para la vida de Pastor y su familia.

La intimidad de esta historia se dice, también, en la forma visual y sonora, los dos elementos que se juntan para crear el cine. A veces se escuchan voces facilistas que pregonan la muerte de los planos y que piden a los aprendices que no profundicen en la dramaturgia de la imagen. Para romper las reglas es necesario aprenderlas primero; de lo contrario, no se sabrá qué se está haciendo y se correrá el peligro de caer en la mediocridad. No hay nada más apasionante que sentarse a ver una película y encontrarse con unos planos bien construidos, con una iluminación propia de la historia y, en este cortometraje, con una música que respeta los momentos más críticos de los personajes, aquellas  escenas fundamentales. La música no redunda en la búsqueda de hacer patéticos los sentimientos de los personajes. Componer la música de una película es un oficio que está más allá de todo facilismo; exige una rigurosidad en el conocimiento de la historia y de la intención planteada para que la propuesta musical se salga de los clichés de las películas comerciales y ahonde en la coherencia contextual. Esta fue, quizá, la lucha del compositor Edson Velandia, encontrar una música propia del entorno de la historia. Hay que tener en cuenta que, a veces, al espectador común le es difícil asimilar una propuesta nueva, pues su oído está acostumbrado al ruido escandaloso de la mayoría de las películas comerciales de Hollywood.

Una de las características del cortometraje es la economía en la narración de las acciones; se traza un camino y se sigue por ahí sin desviarse, sin extenderse para desarrollar otras subtramas o profundizar en la vida de un personaje. El cortometraje es como el cuento en la literatura; crea tensión a partir de un único asunto que se resuelve en pocas páginas, sin alargarse en detalles gratuitos; para esto último existe la novela y en el cine está el largometraje. El cortometraje exige que la historia se cuente en un número determinado de planos, y estos tienen que ser los precisos; de ahí que el director deberá tener la capacidad para hacer en la edición una selección acertada de los planos y las escenas.

La trama no solamente debe estar bien lograda en el guion; este es el primer paso porque es necesario llevarla a la imagen precisa, al plano construido de una manera limpia, sin redundancias o alargamientos innecesarios. La sabiduría no está en la extensión sino en saber cortar el plano a tiempo; que a este no le sobre ni le falte nada. Todo tiene su medida, y esta característica también es propia de artes como el cine, la literatura y la música. No se debe caer en excesos; hay que aprender a expresarse cinematográficamente, y para esto se necesita de ingenio, de tener la capacidad de pensar en lo que se va a hacer antes de coger la cámara, ese aparato que no perdona nada, pero que tampoco razona ni remedia los errores humanos.

El tiple es una preciosa joya del cortometraje colombiano, una historia que se universaliza gracias a que parte de la intimidad de unos personajes sencillos y humanos para presentar el amor por la pareja y el apego por aquello que se posee durante largo tiempo. Por lo anterior, esta historia se puede proyectar en cualquier sala del mundo también porque su propuesta visual traspasa las  barreras idiomáticas. El mundo rural no es menos interesante que el entorno urbano, si se trata con la suficiente maestría, si se le gasta el tiempo necesario para ahondar en sus historias más íntimas. La puesta en escena de El tiple es impecable, tanto en la coherencia y armonía de los elementos narrativos de la trama (personajes, tiempo, espacio e historia), como en la calidad técnica de la producción.

Agosto 27 de 2014