sábado, 16 de julio de 2016

CINE COLOMBIANO / El cine y los medios de comunicación masivos




EL CINE Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN MASIVOS

Autor: NELSON RENDÓN GARRO
marioelerrante@gmail.com

La noticia está enfocada al efecto, a lo que sucede en un instante dado. El hombre que fue asesinado en una calle de Soacha a las dos de la mañana respondía al nombre de Gonzalo Medina. Ya la policía está investigando los móviles de este crimen. A veces se describe la brutalidad de los homicidas o se muestra el vídeo de una cámara de vigilancia. El efecto produce en el televidente una alteración momentánea; se impresiona por la atrocidad del crimen, pero, con el paso de los minutos, se va olvidando para prestarle atención a la noticia siguiente. La investigación policial se reduce a la causa, al porqué de este crimen; lo mataron por robarle el celular o por un lío de faldas. Lo anterior basta para dictar sentencia en caso de que exista algún acusado.
Los noticieros presentan el día a día; ellos no tienen tiempo de profundizar en un hecho para darle una explicación. Existen programas especializados, como Séptimo día o El Rastro que se centran en un hecho y buscan sus causas y sus actores, pero este es un formato de la televisión que está más cercano al reportaje y al periodismo investigativo que al cine. En Perro come perro, del director Carlos Moreno, el efecto principal es la picada del mellizo con la motosierra. Dramáticamente, este hecho es construido desde el agresor; se le lleva hasta ese momento, en el que debe demostrar su inocencia. Pero, desde el punto de vista de la víctima, se falla en la dramaturgia; los mellizos también son bandidos, lo que no crea en el espectador una conmoción mayor; se está matando entre los mismos narcotraficantes, gente que no vale nada.
Un reportaje sobre el asesinato de Soacha podría analizar  la criminalidad. Con cámara al hombro se entrevista a dolientes de las víctimas y a habitantes del sector, y también se presentan estadísticas de la policía. El reportaje informa y conmueve de una manera general a los espectadores. Pero el reportaje no es el cine, aunque sí puede hacer parte de este como recurso narrativo; en La estrategia del caracol, del director Sergio Cabrera, es el reportaje el que encadena la narración de los hechos en la casa que es trasladada a otro sector.
La dramaturgia penetra en lo específico; particulariza unos personajes y unas acciones y traza un camino para llegar al efecto; esto es, monta un drama en torno a una acción culminante. El guionista que va a contar la historia de Gonzalo Medina se devuelve desde la acción (la muerte violenta) para averiguar, no solamente las causas de esta muerte, sino la vida del personaje y la de los que lo mataron. De esta manera penetra en lo íntimo de la historia. El espectador se identifica con la historia y se conmueve por largo tiempo; eso que le sucedió a otro, le habría podido suceder a él. Penetrar en la historia es acercase a lo humano, a las emociones. Gonzalo Medina es el padre de una bella niña que está en el preescolar; este dato establece en la historia una pérdida; el hombre que muere asesinado se convierte en dolor para la pequeña Lina que deberá crecer sin un padre. El guionista podría construir su  relato desde el amor de un padre por una hija para que la muerte no se reduzca a un disparo a alguien desconocido. El espectador quiere conocer a quién le sucede qué, cuándo, dónde y por qué, y estas son las preguntas que debería responder todo guion antes de llegar a la puesta en escena.
Es importante diferenciar la noticia y el reportaje de lo que es la historia cinematográfica. Muchos no lo hacen y se dejan llevar por el efecto, lo que se puede ver en películas llamadas de acción. Se traza un hilo conductor, se coloca a un héroe que va a resolver la trama y el resto consiste en llenar una franja de tiempo para tener un largometraje repleto de peripecias, pero no de drama. Volviendo a Perro como perro; supóngase que existe un mellizo bueno y uno malo, que los narcotraficantes se confunden y hacen picar al bueno. Aquí se estaría creando una dramaturgia que va a penetrar en el espectador para permanecer por largo tiempo; lo que esos tipos cometieron fue una injusticia. El crimen se convierte en un hecho atroz que es necesario repudiar. El espectador se pone de parte del mellizo, pero como está contada la historia, el espectador es un testigo neutro, que solamente ve cómo se matan los narcotraficantes, gente ajena a él, que no lo es, que es bueno. Si existiera un mellizo bueno y un malo, la gente tomaría partido por uno de los dos. El efecto también podría ser mayor si la mujer y la niña del agresor hubieran estado presentes en la picada del mellizo, pero esta subtrama, que es la principal porque penetra en la vida del protagonista, no es desarrollada de una manera visual durante toda la historia.

La influencia de los medios de comunicación ha estado creando en las historias colombianas un cine vacío, que repite los mismos clichés de la violencia colombiana, pero que no va más allá de conmover porque a esa pelada se la llevaron para la guerrilla y por allá quedó embarazada. La historia conmueve, no por su sustancia, sino por la forma en que es contada, por la dramaturgia que encadena las acciones. La tragedia y la comedia son los dos géneros principales de las narraciones, pero estos funcionan si están enfocados a matar al espectador con un hecho violento o a hacerlo morir de la risa. El espectador que entra en una sala de cine no puede salir sin despeinarse; él tiene que sentir la historia que se le muestra, la tiene que interiorizar. Si la forma de la historia no conmueve al espectador ha sido un fracaso y la película estará destinada a durar unos cuantos días en cartelera y en la mente de los espectadores.

jueves, 28 de abril de 2016

LA TIERRA Y LA SOMBRA El vivo retrato de la historia




LA TIERRA Y LA SOMBRA
El vivo retrato de la historia

Autor: NELSON RENDÓN GARRO
marioelerrante@gmail.com
        
El cine, a través de la historia, se ha estado nutriendo de múltiples recursos narrativos, desde la cámara fija de los hermanos Lumiere hasta la liberación de la posición corporal para que el espectador no se sitúe en la mirada humana, sino que tenga infinitos ángulos de visión. La cámara, como mirada de alguien, desaparece y la imagen se hace total porque rompe, también, con un encuadre limitante; ya se pueden lograr imágenes de 360 grados. El cine se vale de recursos digitales para crear efectos especiales, los que posibilitan saltar las barreras de la realidad para filmarlo todo, desde ciudades que son destruidas con un clic hasta monstruos mitológicos que cobran vida en la pantalla. Ya la historia, con su introducción, desarrollo y desenlace, poco importa; ahora el interés se centra en la propuesta visual para cautivar al público cineasta con imágenes increíbles por lo fantásticas.
Pero es refrescante que a veces el cine regrese a sus orígenes para trazar una estética de lo elemental  y lo íntimo, tanto en la forma como en la historia. La tierra y la sombra (2015, dir. César Augusto Acevedo), es este viaje al pasado para desempolvar la cámara de los hermanos Lumiere y presentar el álbum vivo de una familia, cuyos integrantes entran y salen del cuadro, como en los inicios del cine. Las puertas y ventanas permanecen cerradas porque existe un entorno hostil afuera. La quema de la caña de azúcar ensucia el interior, no únicamente de la casa, sino que, además, estrecha la vida de los personajes. La ceniza que todo lo cubre simboliza la existencia de seres que padecen su propia historia, la del esposo que se fue y ahora regresa para reconstruir los vidrios rotos del espejo de un tiempo perdido, lejos del hogar. Alfonso encuentra a su hijo enfermo de los pulmones y a Alicia, su esposa, trabajando en las plantaciones con Esperanza, la nuera. Al final, todos se van, menos Alicia; por siempre, ella permanecerá en la casa como un símbolo de resistencia ante los cañaduzales que la acosan para desaparecerla en la verde inmensidad.
La tierra y la sombra no se limita a una cámara fija; dentro de este encuadre aparecen los rastros de la pintura universal, principalmente de la luz natural que tanto recuerda a Johannes Vermeer, y las manos de Miguel Ángel, en la Sixtina, o el paisaje bucólico de los cañaduzales, cuadro que se repite con el árbol y la banca para sentarse, único lugar del afuera (el patio en tierra) que aún no es ajeno o que no ha sido invadido por la caña de azúcar. En Sueños (1990, dir. Akira Kurosawa), se penetra en una pintura de Vincent Van Gogh y el estatismo de los colores cobra vida; el movimiento del pintor en su oficio, el viento y el volar de los cuervos. Esto lleva, también, a pensar en las Meninas, de Velásquez. La ventana abierta proyecta luz para hacer visible el interior, lo mismo que el pequeño zaguán que muestra un afuera lleno de sol. El cine, que no es más que una ilusión óptica, se alimenta de todas las artes y, como arte visual, toma de la pintura lo que necesita para dibujar el retrato vivo de las acciones, que son la historia, pero estas requieren, para convertirse en arte, del ropaje de una forma compuesta por un encuadre impecable, una luz predominantemente natural y unos actores tímidos en sus acciones ante la cámara.
El entorno de esta historia se podría dividir en dos: por un lado está la casa con la historia íntima de una familia resquebrajada por el pasado y la enfermedad, y por el otro se halla la caña de azúcar que inunda el paisaje con su verde monótono y los conflictos sociales asociados al trabajo de los cortadores de caña, pero el acierto de esta película está en que no se deja arrastrar por el afuera histórico del cine latinoamericano de los sesenta y setenta, para convertir la historia en una protesta social, sino que permanece adentro, en la intimidad de los personajes, aunque el afuera sí influye en estos de una manera determinante, ya que representa la subsistencia diaria. La tierra y la sombra supera, así, una época en la que era más importante la protesta social que la misma historia y el perfeccionamiento de la forma visual y sonora.
Las panorámicas de la caña de azúcar aíslan la casa campesina, a la vez que encierran a los personajes. El sonido ambiente aporta desde un principio, con el carro enorme que transporta la caña y baña de polvo y ruido al esposo que regresa. El ruido que produce la caña de azúcar en llamas apabulla a los personajes, los envuelve perdiéndolos en una inmensidad de ceniza y fuego amenazante. La ausencia de música resalta la importancia del sonido ambiente porque este entra a significar con la imagen; ambos se juntan para crear la atmósfera hostil que vive la familia en ese entorno de cañaduzales, donde sucede el arduo trabajo de los cortadores de caña.
La caña de azúcar es un cultivo extensivo, que lo invade todo, y, desde este punto de vista, La tierra y la sombra, prefigura un futuro, el de la agroindustria, que tanto ha afectado la vida de los nativos africanos. Muy pronto a los campesinos de Colombia también les tocará aguantar hambre sentados al lado de los grandes cultivos que no les pertenecen. Sus mismas viviendas se verán asfixiadas y arrasadas por los tractores y la ambición de los indiferentes terratenientes. Esta película, que ganó cuatro premios en Cannes, entre estos, La Cámara de Oro, estará vigente por mucho tiempo y será un referente vivo de una realidad campesina acosada, irónicamente, por la agricultura que no podrán consumir. Los campesinos, entonces, añorarán las huertas caseras, esas que se acabaron porque era más importante el dinero que la comida. En un futuro, no muy lejano, los cultivos serán más codiciados que el oro mismo, cuando la humanidad necesite alimentarse y los productos del campo escaseen. Pero la gente de los países ricos no se desplazará en busca de alimento; lo producirán en la tierra de los países pobres para importarlo. La agroindustria es una de las razones para que se estén dando las grandes migraciones de africanos; ellos, al no tener alimento, les toca buscar la entrada a los países europeos en unas barcazas que a diario naufragan en los mares. Estas mismas migraciones se han estado produciendo en Colombia; el desplazamiento de los campesinos hacia las grandes ciudades, no es tanto por el conflicto armado, sino porque los terratenientes aprovecharon este para apropiarse de las mejores tierras.
El cine es uno, la película que se logra, pero en su composición es múltiple. Lo que está dentro de la imagen son unos personajes encarnados por actores de carne y hueso. La deuda grande del cine colombiano está en la formación de actores y en su posterior dirección en la puesta en escena. El trabajo con actores naturales es más complejo que cuando se escogen actores profesionales. Se debe seguir luchando contra la rigidez de los actores cuando no encuentran una expresión dentro del plano. Es necesario lograr que los actores se suelten y lleguen a la riqueza expresiva, según la situación que estén viviendo en una secuencia. Si se mezclan actores naturales con actores profesionales, hay que evitar el contraste de una actuación diferenciada que cojea de la parte más débil (el actor natural). Es necesario que el actor natural este a la altura del actor profesional y que los dos, igualmente, logren una expresión coherente con la situación. El otro faltante del cine nuestro tiene que ver con la narración de imágenes; así como existe una dramaturgia de la historia, también hay que avanzar en una dramaturgia de la imagen, en la trama visual que va a hilar la historia porque la palabra pertenece más a la literatura que al cine. El hilo conductor de las imágenes es el que va a permanecer en la memoria de los espectadores, incluso por encima del hilo conductor de la historia. La tierra y la sombra supera está segunda carencia al valerse de los recursos expresivos de la pintura, lo que desvía la atención del espectador más intelectual. La fotografía impresiona de entrada por su magnitud panorámica y por la composición poética y pictórica de los planos. La luz natural, con su penumbra y resplandor, marca, de una manera visual, los dos territorios, el de la casa y el de la caña de azúcar. No se ve aquí el afán del cine comercial; esos planos brutales y rápidos que pegan contra la mirada del espectador para no permitirle espabilar. Los planos de La tierra y la sombra conservan la duración de la lentitud de la historia y permanecen más allá de la acción física para permitirle al espectador la contemplación del personaje, lo que rara vez se tiene en cuenta en el cine comercial, pero que sí es propio del cine de autor. El cine comercial se pregunta qué quiere ver el público; cuál es su sicología frente a la pantalla; de qué manera se le puede manipular para sostener el negocio de los taquillazos millonarios. El cine como arte penetra en la historia para encontrar una forma de contarla y se vale de los recursos expresivos acumulados en sus ya largos cien años. En esta película, se suman varias características de la pintura universal, las cuales embellecen la imagen y obliga al espectador a ir más allá para reconocerlas en el movimiento dentro del cuadro.

La tierra y la sombra es, sin duda, una de las mejores y más bellas películas del cine colombiano. Atrae al público por su perfección en la composición y encuadre de la imagen, y por la sencillez de una historia familiar que establece un diálogo íntimo con el espectador. Verla detenidamente es acercarse a un director (César Augusto Acevedo) que ha iniciado con pie derecho el apasionante y riguroso oficio del cine. La perfección nunca se logra, pero es un punto lejano hacia el que camina todo artista.

lunes, 25 de enero de 2016

La tierra y la sombra, y El abrazo de la serpiente CALIDAD VS MARKETING



EL CINE COLOMBIANO

CALIDAD VS MARKETING


Autor: NELSON RENDÓN GARRO



La tierra y la sombra ganó cuatro premios en el Festival de Cannes (2015) y su director César Acevedo espera que mucha gente asista a las salas para ver su película. El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, ganó un premio en el mismo festival y su película también está nominada para los premios Òscar de la Academia. La película de Ciro Guerra ha sido vista por más espectadores, pues este director ya conquistó un público; uno puede decir: voy a ver una película de Ciro Guerra porque me encuentro con una producción única, que obedece a una estética singular. La sombra del caminante, película que logró múltiples premios en todo el mundo, fue la puerta que le abrió un camino a Ciro. Decir Ciro Guerra es acercarse a un cine de autor, el tipo de películas que no son para un público masivo, sino para aquellos que les gusta el buen cine. César Acevedo también ha empezado, de una manera acertada, a crear un público para su cine. Es un director joven y seguramente vendrán más películas con su sello. Lo fundamental es que siga ese camino de rigurosidad con el que hizo La tierra y la sombra, que tenga la paciencia y el suficiente tiempo para pensar una próxima película que supere o que esté a la altura de la anterior.

La Tierra y la sombra cobra importancia en los actuales momentos, cuando se está hablando de la agroindustria. La caña de azúcar es uno de los cultivos extensivos que se ha sostenido a través del tiempo en el Valle del Cauca. Con la concentración de la tierra en manos de unos cuantos empresarios, gracias al conflicto armado, los campesinos verán crecer los cultivos al pie de su casa, pero les estará prohibido coger un fruto, como les sucedió a Adán y Eva en el relato bíblico. Otro aspecto que se destaca en La tierra y la sombra es el tratamiento de un tema íntimo, encarnado por unos personajes del campo. En esta época la intimidad no existe; las redes sociales, las cámaras de vigilancia y los medios de comunicación obligan a que todo el mundo aparezca desnudo ante las pantallas. Tal vez fue esto último lo que cautivo a los jurados en Cannes, encontrarse con una película elemental que remite a los sentimientos más profundos de la condición humana. Un tercer aspecto tiene que ver con el cine que se hace hoy; son grandes producciones que se apoyan en la tecnología digital para crear sus fantasías. El cine ya no solamente es digital, en su registro, sino en la construcción de realidades en pantallas de computadoras, en las que son destruidas ciudades enteras con terremotos devastadores. La tierra y la sombra es el regreso al cine realista, que, prescindiendo de los efectos especiales, se centra en una historia bien contada y técnicamente filmada con los instrumentos elementales del cine (las luces, una cámara y un micrófono).

El público del cine es diverso; va desde las pequeñas minorías deslumbradas por el cine clásico de Fellini y Bergman hasta los públicos masivos que llenan los multiplex en la premier de películas como Rápido y furioso y las producciones de superhéroes (Batman y Superman). En Colombia, el cine de Dago García ya tiene un público asegurado; es la gente que ve Sábados Felices cada fin de semana; aquellos que se inscriben dentro de la idiosincrasia del país, que apoyan a la Selección Colombia y aman a su patria. El espectador se identifica con ese borracho que hace piruetas en la pantalla y asiste al cine porque allí se va a encontrar con él para reírse de sus defectos. En teatro, un ejemplo es el Águila Descalza; abandonaron el teatro del absurdo para montar obras que atrajeran al gran público. Se valieron de la idiosincrasia del paisa, lo avispado que es para los negocios, y la gente llena la sala en cada función. El Atlético Nacional creó la estrategia de niños gratis al estadio y ahora los hinchas no caben en las tribunas.

Las producciones en Colombia son diversas; pueden atraer a públicos masivos o a minorías que quieren deleitarse con El abrazo de la Serpiente o con La tierra y la sombra. No se debería calificar una película de buena o mala, tomando como referencia el número de espectadores que asiste a verla, máxime cuando en este país el cine colombiano apenas llega a unas cuantas ciudades (Bogotá, Barranquilla, Cali y Medellín). Que una película sea buena depende de muchos factores que van desde el guion hasta la edición, y esto hay que tenerlo presente a la hora de pretender que la gente vea cine nacional. Colombia ya está logrando un número alto de películas cada año, pero le hace falta calidad universal y formar un público que esté pendiente de los estrenos en las salas.

Es una falacia que el cine colombiano intente competir con el cine comercial; este posee millones de dólares para rodar y promocionar las películas. Cuando uno ve una película taquillera descubre que, bajo el ropaje de los efectos digitales, se esconde la misma trama trillada de siempre. Estas películas se destacan por lo asombroso de sus efectos especiales, por las imágenes sin límites, en las que todo es posible. El cine colombiano debe conquistar su propio público con unas historias bien contadas; las tramas tienen que ser fuertes y dramáticamente bien elaboradas. Que la actuación sea rica en detalles es fundamental para contar una historia que cautive por el dramatismo, y no se trata de llorar a moco vaciado, sino de saber exteriorizar en acciones y gestos las emociones del personaje.

El problema del cine nacional fue que se vio lleno de dinero de un momento a otro; el cine hay que construirlo de una manera rigurosa, abriendo escuelas para enseñar desde el germen de un guion hasta el marketing, pasando por la actuación, el rodaje y la edición. Abunda el dinero, pero no hay tramas ni actores bien preparados; entonces la mayoría de las producciones que salen al mercado son débiles, no cautivan. Al año se producen muchas películas, pero una o dos son las que sobresalen por su calidad. Otro factor para tener en cuenta es la publicidad de las películas; es tan importante tener dinero para rodar, como conseguirlo para promocionar la película. Un empresario colombiano afirmaba que si él tenía cien mil pesos para montar una empresa, invertía veinte mil en  maquinaria y materia prima, y ochenta mil en publicidad.

La creación de un público requiere de paciencia y estrategias. Colombia nunca ha tenido un cine permanente; por décadas aparecía una que otra película y, esto, sumado a una crítica que siempre desnudó lo malo del cine nacional, no ha permitido que la gente se enamore, que sienta una pasión por lo propio. Las pantallas del cine latinoamericano se mantienen invadidas por producciones norteamericanas que mueven millones de dólares. Es necesario abrirse al mundo, que las películas no se queden guardadas para irlas exhibiendo en uno que otro festival o pendientes de una mendicidad comercial para que los exhibidores se conmuevan y les destinen un espacio en las pantallas de los multiplex. El cine colombiano, por su calidad técnica y creativa, tiene que atraer a los grandes exhibidores nacionales e internacionales. Está claro que con la actual taquilla local no se logra recuperar la inversión hecha en una película.

Ahora bien, la promoción del cine colombiano no se puede reducir a las salas de los multiplex; se hace necesario llevar las películas a las empresas y los colegios para que los jóvenes las tengan al alcance de la mano. El internet y la televisión son los mejores medios masivos para promocionar una película. Debería existir una maleta del cine colombiano cada año, financiada por el Ministerio de Cultura, y que esta llegue a todos los municipios de Colombia. Dicha maleta seleccionaría las mejores películas teniendo como parámetros su calidad y los logros en festivales nacionales e internacionales. También hay que promover un canal sobre cine latinoamericano que haga parte de la programación básica de los operadores de cable. Crear el gran festival del cine colombiano valiéndose, no solo de las salas de cine, sino de los canales de televisión y las casas de la cultura de los municipios, y esto ya se está haciendo con la Semana del cine colombiano, pero falta extenderla a toda la geografía nacional. En cada universidad se podría institucionalizar un cine club exclusivo para mostrar cine colombiano. Por el momento, lo importante no es la taquilla, sino colocar el cine nuestro al alcance de los colombianos. Lo que no se muestra, no se vende. Ya Colombia produce un número considerable de estrenos al año, pero hace falta implementar unas estrategias de marketing que vayan más allá del dinero, de las estadísticas mensuales que miden una película por el número de espectadores que acuden a los multiplex. Que en los lugares más apartados de la geografía nacional, la gente reconozca el país en el cine colombiano, que se entere de las problemáticas de otras regiones y de las de su propio entorno. De esta manera se estaría compensando, socialmente, el recaudo de los impuestos a la taquilla, el cual se está utilizando para financiar el cine nacional.

A manera de conclusión, primero hay que tener una estupenda película; luego, hay que catapultarla con una buena promoción, que sea envolvente y masiva para que llegue a todos los públicos, pero sin olvidar la doble característica del cine como arte y como espectáculo. En el cine de autor, el autor crea un público con su estética, y este nunca ha sido masivo a través de la historia del cine. En el cine como espectáculo, existen unas estrategias, como las de Dago García con sus producciones, y el público es masivo porque a este se le da el tipo de película que pide y, además, está motivado por un marketing acertado, como estrenar la película un 25 de diciembre para que la gente pase el guayabo en una sala de cine, riéndose de él mismo.