EL DOCUMENTAL INTERACTIVO
UN RETO INNOVADOR Y PARTICIPATIVO
Autor: NELSON RENDÓN GARRO
En un mundial de futbol (no recuerdo de qué año ni cuál fue el
país que lo organizó) fueron contratados varios documentalistas para que
registraran cómo disfrutaban los aficionados el juego entre las selecciones de
diferentes países. Aparecieron en la pantalla pueblos en playas lejanas con
pescadores congregados frente a un televisor, animando al deportista de su
región; él lucía la camiseta de un país africano. Muchachos y muchachas,
brincando en un bar, coreaban un gol de su amada Brasil. Jóvenes, reunidos en
un parque de España, estaban pendientes de que su selección saltara al terreno
de juego. Luego, todas estas historias se unieron para formar un documental. Seguramente
cada uno entregó su trabajo en un formato físico, pero si hubiese existido el
internet habría bastado con que el documentalista hubiera subido su vídeo a una
página de internet. Acaso este sea un ejemplo que contiene una de las
características del documental interactivo cuando todavía no se había
masificado el internet. Hubo la posibilidad de que el mundial fuera registrado
al mismo tiempo en diferentes países, pero los directores de los documentales
no tuvieron que viajar. La televisión, en sus transmisiones en directo, llega a
todos los hogares del mundo. El internet es una red que abarca el planeta y
permite que los pueblos se unan sin que se tengan que desplazar sus habitantes.
El internet le brinda al documental la oportunidad de romper con
el autor individual para optar por el colectivo. No es necesario que un
director se desplace por el mundo registrando, por ejemplo, los impactos
nefastos del ébola. Cada documentalista lo rueda en su país y acceder a la red
de internet para socializar su trabajo. Solamente habría una coordinación
previa, de tal manera que el documental no repita, sino que sea dinámico. Un documentalista
se puede ocupar de la historia del ébola; otro se encargaría de las víctimas;
uno más, del tratamiento; el siguiente acompañaría a los científicos
investigadores que están tratando de descubrir una vacuna. Todo este trabajo
daría como resultado un documental completo que ahorraría tiempo y dinero; en
un mismo mes cada documentalista haría la filmación sin pagar pasajes para
desplazarse de un lugar a otro.
El documental interactivo va más allá, no se limita a un solo
espacio. En un país como Colombia se puede organizar el registro de la vida de
las comunidades indígenas. Cada comunidad, con una asesoría previa, se
encargaría de realizar la filmación y montarla a internet. Ahora, con el uso de
la tecnología digital, las cámaras abundan en todas partes y el internet está
masificado. Ningún sitio se ve apartado; el mundo está al alcance de la mano.
El internet es una riqueza que hay que saber aprovechar. Las comunidades
interactuarían desde la misma creación para luego reconocerse en el trabajo que
se disponga en la red.
Una ciudad, en un documental interactivo, tendría los atractivos
turísticos, los centros financieros, los comercios, los centros culturales, los
servicios médicos, etc. El internauta, sin necesidad de viajar, conocería a
Medellín con solo dar un clic en la pantalla. Este sería un proyecto documental
de gran impacto. Ya la ciudad no existiría físicamente, sino que tendría la
posibilidad de estar disponible para las personas en cualquier lugar del mundo.
Habría la necesidad de convocar a los documentalistas de la ciudad para
dividirse los temas y concertar cuál sería la forma del documental. Se
procedería a la elaboración del guion, la filmación y el montaje. Por último,
un experto en informática volvería interactivos todos los contenidos para
subirlos a la red.
La interactividad del documental abarca el proceso de creación
en una integración constante y presente. Todo el trabajo de preproducción se
hace por internet, mediante mesas de chat, donde los documentalistas discuten y
elaboran un proyecto previo para más adelante volverse a reunir, cuando ya
tenga el guion del documental. Cada documentalista en su sitio haría el rodaje
y el montaje. Podrían disponer de una mesa de chat permanente para discutir y
evaluar los avances. Por último, el rompecabezas del documental se armaría en
una sola obra.
El tiempo de la producción rompe el cronograma cerrado para que
exista una actualización constante. Ya un documental no se rodaría en un lapso
determinado de tiempo; se podría extender para registrar nuevos hechos que
están sucediendo. En un caso de investigación policial se asistiría a todo el
proceso en tiempo real; cada etapa sería registrada en su momento, sin
necesidad de acceder a archivos, y toda esta información se iría colocando en
la red, quedando el documental más cerca del reportaje, pero sin confundirse
con este. El documentalista debe ser consciente de que no es un periodista,
sino un autor de documentales; por lo tanto, su trabajo lo abordaría desde las
características y las exigencias del documental. Habría de antemano una
contextualización profunda y un manejo de la forma para avanzar más allá de las
limitaciones temporales y formales del reportaje.
El mundo es más rápido y hay menos tiempo para mirar los
documentales, lo que incide en la duración de los contenidos. Un documental de
una hora se fragmenta en cortos de veinte minutos, teniendo en cuenta los
subtemas, pero cada uno de estos exigiría una unidad temática y formal. Una
misma historia, que dura una hora, puede traer diferentes versiones; el
espectador elige la que le interese más y descarta las otras, o las ve todas y
las compara. La linealidad en el tiempo, cuando alguien mira un documental, se
rompe para darle paso a la fragmentación; lo ve por capítulos, repite aquellos
más interesantes, se devuelve o avanza; también sintetiza, si no es necesaria
toda la información para entender el documental.
La interactividad innova el documental porque obliga a pensar
qué tipo de contenidos son atrayentes o importantes para el receptor. Los temas
actuales para una comunidad o el mundo entero serían una prioridad del
documental interactivo. En una sociedad que vive el ahora, donde solamente
existe el presente, el documentalista tiene que ser contemporáneo; su mirada
permanece más en la actualidad que en el pasado. El hombre vive en un presente
sucesivo que lo bombardea con información de primera mano; las guerras, por
ejemplo, son presenciadas en vivo y en directo. Las torres gemelas cayeron, no ante
los estupefactos espectadores de la Gran Manzana, sino contra el mundo entero.
La gente de cualquier país vio este ataque a la nación más poderosa del mundo y
tuvo la oportunidad de acceder a diferentes versiones, según las cadenas que
estaban transmitiendo el hecho por la televisión.
Si en la producción del documental interactivo se abre un
sinnúmero de posibilidades, desde la creación colectiva hasta la producción de
documentales que abarcan varios países o, incluso, el mundo entero, también en
el receptor se advierte un trabajo participativo. Siguiendo con el ejemplo del
ébola, para un estudiante que trabaje en investigación le es más importante
mirar los avances científicos en el descubrimiento de la vacuna. A la vez, es
posible que este estudiante haga su aporte en una sala de chat o que escriba su
opinión en un formulario, y la envíe. El documental se convierte, así, en un
cuerpo vivo que se nutre, tanto de su creador como del receptor.
Las fronteras del documental se rompen con la interactividad
para crear un universo abierto. El director del documental no es el ser que
nadie conoce o que únicamente han visto en los festivales. En la misma página
de su documental sube un vídeo con su trayectoria y abre una sala de chat para
interactuar con los espectadores. Da las explicaciones sobre la forma como
trabajó el documental y escucha las opiniones de los que ya vieron su obra.
Esta retroalimentación le sirve, tanto al trabajo posterior del documentalista,
como a la visión del espectador porque va a obtener más información. No es
solamente el documental, sino lo que el documentalista le dice y lo que también
podría apreciar, por ejemplo, del detrás de cámaras subido en la página de
internet. El documental, entonces, deja de ser un producto acabado, que se
limita a una o dos horas, para convertirse en un ser vivo, el cual continuará
siendo alimentado. Esta es una de las diferencias más grandes con el documental
clásico, aquella cinta que se pasaba por un proyector para presentar (no para
interactuar) una realidad.
El documental se libera de la cinta y el dvd, donde era un
objeto en cautiverio, y toma vida permanente en la red; ya no depende de la
programación en un festival o de la cartelera en una sala de cine. En cualquier
momento, el espectador abre la página web y lo mira. Esto da la posibilidad de
que el documental llegue a más gente. Hay algunos que no van a las sala de
exhibición; estos se recuestan en la habitación y lo observan en el televisor o
en una pantalla gigante, o en la misma computadora. El hecho de no tener que
desplazarse a un lugar especial para ver un documental facilita el acceso a los
espectadores. El internet masifica los contenidos, los coloca al alcance de la
mano y rompe con las limitaciones espaciales y temporales.
La narración del documental interactivo también cambia; el
testimonio frente a la cámara ya cuenta con un interlocutor activo, alguien con
la posibilidad de responderle. Esto hace que los actores del documental existan
más allá de la imagen, también estén presentes en la página web para
interactuar con los espectadores. La interactividad rompe en pedazos el
documental clásico, pero para volverlo a armar, no solamente con las
herramientas del internet, sino, si opta por la voz en off, con un tipo de
discurso que cuestione al espectador y espere o provoque una respuesta. La
interactividad vuelve más vivo el documental, y más actual, lo que dinamiza las
historias y, así, estas no terminan en el proceso de montaje.
El sentido que el espectador o receptor le da al documental
interactivo ya no permanece en la mente; este lo trasmite para arriesgarse a
una confrontación con otros espectadores. A la vez, se suma al sentido que el autor
o director pretendió darle a su documental. Alguien que interactúa con un
documental también lee los comentarios y, así, se entera de las opiniones de
los demás. El documental abre toda una temática, la vuelve interminable; las
opiniones llegan desde cualquier lugar del mundo. Los sentidos del documental
se multiplican, desde la misma interactividad. Las opiniones se suman y entran
en discusión en torno a un eje: el documental.
Se hace necesario revisar el proceso de creación y recepción del
documental para ahondar en estas dos etapas y dinamizarlas; a la vez, se les
agrega las herramientas del internet para llevarlas al mundo contemporáneo del
internauta. No es tan fácil la tarea como se podría creer; no se trata
solamente de volver interactivo un documental; hay que preguntarse por la
manera de hacer documentales para que la interactividad no se reduzca a una
simple herramienta. También se debe tener en cuenta el tipo de receptor; el
internet transforma al internauta, lo convierte en un ser que requiere de
contenidos actuales e interesantes que lo inviten a discutir. La interactividad
hace que el espectador sea más dinámico, más versátil, y establezca un diálogo
actual y real con el contenido del documental. ¿Qué tipo de documental y para quién?
Es la pregunta que se formula todo documentalista antes de empezar a investigar
para realizar su obra. La primera respuesta lo remite a la realidad presente,
pero la segunda cae en la indeterminación; no se sabe de antemano quién va a
ver el documental, pero se tiene la esperanza de contar con su opinión, gracias
a la interactividad, y este sería el factor más determinante.
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NELSON RENDÓN GARRO. Nació en Bolívar,
Antioquia, en 1960. Ha sido docente universitario en el Politécnico Colombiano
“Jaime Isaza Cadavid”. Licenciado en Educación: Español y Literatura, y
Magister en Literatura Colombiana, de la Universidad de Antioquia. Es escritor
de cuento, novela, ensayo y guiones de cine. Publicaciones: El acontecer de los arrieros, Los de
siempre, El relevo, La promesa, El último travelling, Soñaba ser como Aristi,
Un relámpago de viento y La vuelta.
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