EL
DOCUMENTAL Y SUS PREJUICIOS
Autor:
NELSON RENDÓN GARRO
nelson.rendonga@hotmail.com
Existe
un prejuicio bastante extendido en el documental, y es creer que la
cámara, por el solo hecho de encuadrar, está excluyendo una parte
de la realidad. ¿Acaso el ojo y el oído no hacen lo mismo?; estos
sentidos ven y escuchan aquello que el cerebro selecciona. Igual
sucede con la cámara; esta enfoca lo que la mente del documentalista
quiere. El ojo y el oído son instrumentos del cerebro que le sirven
a este para captar información, la que va a ser procesada y luego
conservada en la memoria humana. La cámara no es más que una
extensión del ojo y del oído que, además, da la posibilidad de
almacenar imágenes y sonidos en una tarjeta para después editarlas.
La
mirada en un documental no depende del encuadre de la cámara;
múltiples factores se conjugan para determinar en qué sitio el
documentalista va a situar la cámara; de dónde va a partir para
configurar su obra, si de un rostro que mira un paisaje o de un
paisaje donde se encuentra un hombre. Uno de estos factores tiene que
ver con la formación del documentalista, tanto en lo que se refiere
al estudio del documental como a su misma concepción del mundo.
Bastaría entregarle una cámara a un estudiante de documental
creativo y otra a alguien que no ha estudiado nada sobre este arte;
la mirada de ambos será diferente, aunque se enfrenten a la misma
realidad; el estudiante tendrá más elementos de juicio y
alternativas para registrar el tema seleccionado; el segundo partirá
de su conocimiento empírico, de una mirada reducida, pero puede que
más original porque no la mediará un conocimiento previo sino la
intuición. Otro factor que incide en la mirada es el entorno porque
este siempre está sugiriendo formas de abordar las temáticas. Al
entorno está muy ligada la formación cultural del documentalista;
si es política, esta se verá reflejada en su obra; si es poética,
las imágenes serán como un verso; si es filosófica, indagará
sobre problemas fundamentales del ser humano. Habrá aquellos
documentalistas que se inclinen por los oficios elementales de la
vida, como el hecho de que los integrantes de una comunidad salgan a
cortar leña para encender el fuego o que en todas las mañanas
ordeñen las cabras para el alimento del día.
La
forma en el documental no es el elemento que menos importa, como
algunos cantaletean con el pretexto de ser realistas; hasta se ha
llegado a afirmar que el documental no tiene forma, que adoptar una
es ya una tergiversación de la realidad. Lo que hace el ser humano,
aun en su vida diaria, es darle forma a la realidad, intervenirla
desde una idea. Si se mira el cuarto de dos adolescentes, se notará
la diferencia: el uno lo podrá tener decorado con afiches de
cantantes de pop, el otro lo tendrá con pinturas abstractas; la
ubicación de estos objetos también dirá sobre el estilo de vida de
la persona que ocupa la habitación. Lo que se observa en muchos
documentales es un desorden, unas imágenes que no dicen nada porque
al documentalista le dio miedo expresar, claramente, un punto de
vista desde la forma. Existen documentales que son reportajes mal
hechos; se reducen a entrevistas e imágenes de apoyo, o simplemente
se limitan a seguir un formato, y este es repetido en toda una serie;
el espectador se sienta en la sala, observa el primero y ya no se
anima a ver los que le faltan porque todos son lo mismo. El
documentalista debe pensar más allá de lo que se ha hecho, ir a
buscar la forma en la realidad que va a documentar; preguntarle a
esta cómo se dejará contar. La forma, más que el contenido, es la
que dice algo, y este decir es el que permanece grabado en la mente
del espectador. La forma expresa un sentimiento desde una situación
o acción; no es lo mismo registrar el rostro hambriento de un niño
que una panorámica de un río, en el que dos hombres están
pescando; en la primera, la situación, se reflejará la tristeza; en
la segunda, la acción, aparecerá la esperanza, el anhelo por
conseguir el sustento diario en un paisaje de belleza natural.
Una
tendencia harto pregonada es creer que al documental lo salva el
contenido; si presenta una violación o un hecho violento, entonces
va a ganar premios en los festivales o será aclamado por miles de
personas. También existen temas que son candentes, como la muerte de
Allende, la caída de las Torres Gemelas o el aniquilamiento de los
judíos en la Segunda Guerra Mundial; decenas de documentalistas son
atraídos por estos. En Colombia, por ejemplo, el conflicto armado
cautiva a múltiples documentalista para hablar sobre lo mismo; se
opta casi siempre por una mirada de afuera que únicamente ve los
hechos de sangre para mostrar a los pobres como seres violentos o
como víctimas del conflicto, lo que está inscrito en la propaganda
de un poder político que desconoce la complejidad de las
comunidades; este reduccionismo facilista del documentalista descuida
la mirada de adentro, aquella que penetra en la riqueza de las
culturas populares para dar a conocer su cotidianidad, sus
manifestaciones artísticas y su solidaridad en la manera de vivir.
La
historia en el documental puede ser cualquiera; la vida cotidiana en
un poblado de la Guajira o el día de dos vendedoras de cigarrillos
en el parque Berrío; el tren que viaja a Siberia o una ciudad como
New York. Que se escoja un tema u otro dependerá, también, de la
época, del momento que está viviendo el mundo y, particularmente,
el documentalista. La vida humana es compleja hasta en sus más
simples ocupaciones; ¿qué diferencia al hombre que lee el periódico
todos los días de aquel que se sienta en un taburete a tejer una
atarraya en Bolombolo?; el primero vive en una ciudad de España y es
franquista y el segundo habita a orillas del río Cauca y no conoce
nada de política. He aquí tema para dos documentales sobre la vida
y el pensar de estos personajes. ¿Qué le interesa al hombre que lee
el periódico?, ¿cuáles son sus noticias preferidas?; ¿con quién
vive?, ¿de qué se ocupa en la mañana?; ¿por qué, sin falta,
camina todos los días a un quiosco de periódicos para luego tomarse
un tinto en el café de la esquina? ¿Cuáles son los pensamientos
del hombre que teje la atarraya?, ¿cuál es su pasado y su
presente?, ¿qué espera de la vida? El documentalista ve a ambos
personajes y se formula estas preguntas porque su mirada va más allá
de la imagen de un presente, esta quiere penetrar en la complejidad
cultural del ser humano. Aun si se registrase el instante de la
muerte este estaría transmitiendo una personalidad desde el rostro
de quien fallece; podría tratarse de un labriego, un banquero, un
profesor; podría ser joven, anciano, adulto; tendría sus hijos
alrededor o agonizaría solo en una cama de hospital, o se estaría
muriendo en una calle de la ciudad. Cada ser humano en su vida y en
el momento de su muerte presenta una riqueza de posibilidades para el
documentalista, quien deberá tener un talento cultivado y una
sensibilidad excepcional para descubrir estas.
El
documentalista es sensible a una realidad; la observa y la
reflexiona, y está pendiente hasta de los hechos que aparentan ser
más insignificantes. Sabe que la cámara es un instrumento de
registro, y nada más, pero todo depende de él, de la mirada que
haya cultivado hacia su mundo próximo y lejano. El documental, más
que registrar una realidad, es la obra de alguien, la mirada cultural
de aquel que desea mostrar y conservar un momento o una época. No
hay que dejarse apabullar por las voces que piden que el documental
sea político, que denuncie una realidad; este es un prejuicio que
todavía sigue extendiéndose por varios países latinoamericanos,
como Colombia; si el documental no denuncia, entonces no sirve para
nada; este tipo de documentales también exige una forma de decir que
surge desde una mirada profunda de la realidad; véase, por ejemplo,
la obra del chileno Patricio Guzmán o los documentales de la
colombiana Marta Rodríguez. Que en la obra del documentalista se
advierta la variedad en temas y enfoques, que no se reduzca a una
sola tendencia impuesta por los medios de comunicación masivos o por
una realidad en conflicto. La exigencia del documentalista debe ser
rigurosa en su trabajo y siempre enfocada hacia una postura estética.
Que el documentalista no se sienta cohibido por los prejuicios y,
desde la libertad creativa, se dedique a construir una obra de arte
que, fundamentalmente, esto es el documental.
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