sábado, 11 de mayo de 2013

EL DOCUMENTAL Y SUS PREJUICIOS










EL DOCUMENTAL Y SUS PREJUICIOS



Autor: NELSON RENDÓN GARRO

nelson.rendonga@hotmail.com

Existe un prejuicio bastante extendido en el documental, y es creer que la cámara, por el solo hecho de encuadrar, está excluyendo una parte de la realidad. ¿Acaso el ojo y el oído no hacen lo mismo?; estos sentidos ven y escuchan aquello que el cerebro selecciona. Igual sucede con la cámara; esta enfoca lo que la mente del documentalista quiere. El ojo y el oído son instrumentos del cerebro que le sirven a este para captar información, la que va a ser procesada y luego conservada en la memoria humana. La cámara no es más que una extensión del ojo y del oído que, además, da la posibilidad de almacenar imágenes y sonidos en una tarjeta para después editarlas.

La mirada en un documental no depende del encuadre de la cámara; múltiples factores se conjugan para determinar en qué sitio el documentalista va a situar la cámara; de dónde va a partir para configurar su obra, si de un rostro que mira un paisaje o de un paisaje donde se encuentra un hombre. Uno de estos factores tiene que ver con la formación del documentalista, tanto en lo que se refiere al estudio del documental como a su misma concepción del mundo. Bastaría entregarle una cámara a un estudiante de documental creativo y otra a alguien que no ha estudiado nada sobre este arte; la mirada de ambos será diferente, aunque se enfrenten a la misma realidad; el estudiante tendrá más elementos de juicio y alternativas para registrar el tema seleccionado; el segundo partirá de su conocimiento empírico, de una mirada reducida, pero puede que más original porque no la mediará un conocimiento previo sino la intuición. Otro factor que incide en la mirada es el entorno porque este siempre está sugiriendo formas de abordar las temáticas. Al entorno está muy ligada la formación cultural del documentalista; si es política, esta se verá reflejada en su obra; si es poética, las imágenes serán como un verso; si es filosófica, indagará sobre problemas fundamentales del ser humano. Habrá aquellos documentalistas que se inclinen por los oficios elementales de la vida, como el hecho de que los integrantes de una comunidad salgan a cortar leña para encender el fuego o que en todas las mañanas ordeñen las cabras para el alimento del día.

La forma en el documental no es el elemento que menos importa, como algunos cantaletean con el pretexto de ser realistas; hasta se ha llegado a afirmar que el documental no tiene forma, que adoptar una es ya una tergiversación de la realidad. Lo que hace el ser humano, aun en su vida diaria, es darle forma a la realidad, intervenirla desde una idea. Si se mira el cuarto de dos adolescentes, se notará la diferencia: el uno lo podrá tener decorado con afiches de cantantes de pop, el otro lo tendrá con pinturas abstractas; la ubicación de estos objetos también dirá sobre el estilo de vida de la persona que ocupa la habitación. Lo que se observa en muchos documentales es un desorden, unas imágenes que no dicen nada porque al documentalista le dio miedo expresar, claramente, un punto de vista desde la forma. Existen documentales que son reportajes mal hechos; se reducen a entrevistas e imágenes de apoyo, o simplemente se limitan a seguir un formato, y este es repetido en toda una serie; el espectador se sienta en la sala, observa el primero y ya no se anima a ver los que le faltan porque todos son lo mismo. El documentalista debe pensar más allá de lo que se ha hecho, ir a buscar la forma en la realidad que va a documentar; preguntarle a esta cómo se dejará contar. La forma, más que el contenido, es la que dice algo, y este decir es el que permanece grabado en la mente del espectador. La forma expresa un sentimiento desde una situación o acción; no es lo mismo registrar el rostro hambriento de un niño que una panorámica de un río, en el que dos hombres están pescando; en la primera, la situación, se reflejará la tristeza; en la segunda, la acción, aparecerá la esperanza, el anhelo por conseguir el sustento diario en un paisaje de belleza natural.

Una tendencia harto pregonada es creer que al documental lo salva el contenido; si presenta una violación o un hecho violento, entonces va a ganar premios en los festivales o será aclamado por miles de personas. También existen temas que son candentes, como la muerte de Allende, la caída de las Torres Gemelas o el aniquilamiento de los judíos en la Segunda Guerra Mundial; decenas de documentalistas son atraídos por estos. En Colombia, por ejemplo, el conflicto armado cautiva a múltiples documentalista para hablar sobre lo mismo; se opta casi siempre por una mirada de afuera que únicamente ve los hechos de sangre para mostrar a los pobres como seres violentos o como víctimas del conflicto, lo que está inscrito en la propaganda de un poder político que desconoce la complejidad de las comunidades; este reduccionismo facilista del documentalista descuida la mirada de adentro, aquella que penetra en la riqueza de las culturas populares para dar a conocer su cotidianidad, sus manifestaciones artísticas y su solidaridad en la manera de vivir.

La historia en el documental puede ser cualquiera; la vida cotidiana en un poblado de la Guajira o el día de dos vendedoras de cigarrillos en el parque Berrío; el tren que viaja a Siberia o una ciudad como New York. Que se escoja un tema u otro dependerá, también, de la época, del momento que está viviendo el mundo y, particularmente, el documentalista. La vida humana es compleja hasta en sus más simples ocupaciones; ¿qué diferencia al hombre que lee el periódico todos los días de aquel que se sienta en un taburete a tejer una atarraya en Bolombolo?; el primero vive en una ciudad de España y es franquista y el segundo habita a orillas del río Cauca y no conoce nada de política. He aquí tema para dos documentales sobre la vida y el pensar de estos personajes. ¿Qué le interesa al hombre que lee el periódico?, ¿cuáles son sus noticias preferidas?; ¿con quién vive?, ¿de qué se ocupa en la mañana?; ¿por qué, sin falta, camina todos los días a un quiosco de periódicos para luego tomarse un tinto en el café de la esquina? ¿Cuáles son los pensamientos del hombre que teje la atarraya?, ¿cuál es su pasado y su presente?, ¿qué espera de la vida? El documentalista ve a ambos personajes y se formula estas preguntas porque su mirada va más allá de la imagen de un presente, esta quiere penetrar en la complejidad cultural del ser humano. Aun si se registrase el instante de la muerte este estaría transmitiendo una personalidad desde el rostro de quien fallece; podría tratarse de un labriego, un banquero, un profesor; podría ser joven, anciano, adulto; tendría sus hijos alrededor o agonizaría solo en una cama de hospital, o se estaría muriendo en una calle de la ciudad. Cada ser humano en su vida y en el momento de su muerte presenta una riqueza de posibilidades para el documentalista, quien deberá tener un talento cultivado y una sensibilidad excepcional para descubrir estas.

El documentalista es sensible a una realidad; la observa y la reflexiona, y está pendiente hasta de los hechos que aparentan ser más insignificantes. Sabe que la cámara es un instrumento de registro, y nada más, pero todo depende de él, de la mirada que haya cultivado hacia su mundo próximo y lejano. El documental, más que registrar una realidad, es la obra de alguien, la mirada cultural de aquel que desea mostrar y conservar un momento o una época. No hay que dejarse apabullar por las voces que piden que el documental sea político, que denuncie una realidad; este es un prejuicio que todavía sigue extendiéndose por varios países latinoamericanos, como Colombia; si el documental no denuncia, entonces no sirve para nada; este tipo de documentales también exige una forma de decir que surge desde una mirada profunda de la realidad; véase, por ejemplo, la obra del chileno Patricio Guzmán o los documentales de la colombiana Marta Rodríguez. Que en la obra del documentalista se advierta la variedad en temas y enfoques, que no se reduzca a una sola tendencia impuesta por los medios de comunicación masivos o por una realidad en conflicto. La exigencia del documentalista debe ser rigurosa en su trabajo y siempre enfocada hacia una postura estética. Que el documentalista no se sienta cohibido por los prejuicios y, desde la libertad creativa, se dedique a construir una obra de arte que, fundamentalmente, esto es el documental.

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