sábado, 23 de junio de 2012

LA DANZA DE LOS DÍAS





LA DANZA DE LOS DÍAS
(Documental: Sinfonía de mercado)

Autor: NELSON RENDÓN GARRO
La realidad ya existe, y no tiene ningún sentido repetirla; el arte es elaboración, es la búsqueda de una forma, el indagar y el hacer de un artista que se vale de diferentes recursos, como los colores, la música y la palabra. En Sinfonía de mercado[i], estos tres recursos se integran al movimiento, al ciclo de los días, ese que determina la vida del hombre; se pasa de la quietud, en la noche, al movimiento, en el día, para terminar por la tarde con la quietud del reposo, y la quietud y el movimiento expresan una música para ser interpretada con instrumentos; el preludio en la madrugada, el allegro en el día y al atardecer aparece el adagio, cuando ya la calma vuelve porque los vendedores se han ido a descansar.
Esta sinfonía, cuya música se une a las voces y los ruidos del oficio de la plaza de mercado, se inicia en la madrugada con los camiones que llegan a Corabastos; existen hombres que no duermen porque deben conducir toda la noche por carreteras solitarias para transportar la legumbre a la ciudad; son imágenes de luces y pavimento, de vehículos con carpa que se acercan, que vienen de los campos cultivados con zanahoria, papa criolla, remolacha, repollo y cebolla; o productos frutales como la piña, el lulo y el mango. Para que estos camioneros cargaran su viaje tuvieron que existir los campesinos, aquellos seres que están presentes en la vida de todos, los que son el verdadero cimiento de la ciudad; se les encuentra en la cocina de un apartamento o de una casa, en los restaurantes o en el puesto de comidas rápidas no falta la lechuga cosechada por un campesino.
Un hombre, que duerme recostado, abre los ojos a la madrugada; los rostros aparecen despiertos, rostros gastados por el trabajo de largos años; es el hombre del mercado, el intermediario entre el campesino y el consumidor. La jornada de estos seres no empieza a las ocho, como en la mayoría de los empleos, sino a las dos o tres de la mañana. Es necesario recibir la legumbre y prepararla antes de que llegue el amanecer; se toma tinto, se conversa, se juega con dados; se desayuna de pie con un café caliente y un pan; la vendedora ambulante arrastra su pequeño carrito y su hija le hace compañía; unos descargan los camiones; otros se encargan de la alverja, y la música le descubre el ritmo a las manos laboriosas; una mujer repara las cajas de madera, ese es su trabajo; las carga de un lugar a otro y las vende para que vuelvan a ser utilizadas; hay el hombre que transporta y arruma las cajas de piña. Con un machete, un vendedor organiza los cocos; otro se encarga de limpiar la cebolla. No falta el que vende porciones de guanábana en bolsas plásticas. Uno más lava la papa criolla y su color amarillo resalta de entre los otros matices de la plaza. El aguacate, la mora, la fresa y el lulo le regalan un color natural a la música; los ojos se abren para admirar el verde, el rojo, el rosado y el naranjado; qué sería de la plaza de mercado sin el colorido de las frutas; tal vez una monotonía de costales de cabuya y canastas sucias, y hombres que se apresuran para ganar dinero.
Un hombre carga la carretilla y atraviesa la plaza con su sonrisa y el acostumbrado trajín para llevar los domicilios; la señora del tinto recorre los puestos con su termo azul y los vasos desechables; deambula con su sonrisa porque se encuentra con gente conocida cada mañana; o la señora que amamanta a su pequeño, quien duerme en una canasta de plástico. Y la música acompaña el movimiento de los hombres como si estuviera en un escenario, pero este se encuentra al aire libre; acaso la vida no es eso, un actor que se mueve por diferentes escenarios durante el día; el hombre en la tienda de abarrotes o el vendedor en la droguería o la secretaria en su pequeña oficina. El espectador se sienta en la butaca; frente a él imagina a la orquesta y más allá aparece la plaza de mercado, los danzantes de la comida, eso tan preciado, tan anhelado por todo ser humano; tres veces se sienta el hombre a la mesa porque necesita alimentar su cuerpo.
Llegan las cuatro de la tarde y la quietud retorna con las carretas recostada a una pared y las rejas que son bajadas para volver a cerrar los candados. Los perros duermen, los hombres descansan, la plaza se va quedando sola; únicamente la recorren los empleados encargados del aseo. Se ve el sol en el ocaso y un camión que se aleja de la plaza, tal vez para regresar en la madrugada con más legumbre.
De esta manera transcurre la jornada, los pequeños fragmentos de la vida de incontables personajes, pero tras de ellos se podría imaginar una historia: ¿quién es la señora de los tintos? y ¿quién es el hombre que arruma la piña? En este documental de Helena y Jimena la jornada de una plaza de mercado se presenta como si fuera una danza, un movimiento constante, de ritmo y sudor, que va de un lado a otro, siempre de afán, pero cuyo montaje y acompañamiento de la música la convierte en una pieza artística que invita al espectador a vivir la sinfonía de los días.


[i] Helena Salguero Vélez y Jimena Prieto Sarmiento, Sinfonía de mercado, documental, Bogotá, 2012. DVD. 27 min.