lunes, 13 de febrero de 2012

El guionista y el marketing








EL GUIONISTA Y EL MARKETING

Una relación peligrosa



Autor: Nelson Rendón Garro

nelson.rendonga@hotmail.com



RESUMEN

El guionista juega un papel diferente en la era del marketing; ya no busca que sus historias sean memorables; la exigencia del mercado es un producto de fácil consumo para el público; a este solo le interesa gastarse dos horas en un multiplex de un centro comercial. Pero, más allá del mercado, el guionista debe seguir exigiéndose en su oficio para tratar con respeto al espectador que no solo desea divertirse sino, también, cultivar su intelecto.



El arte cinematográfico nació, irónicamente, con su principal enemigo, el público, que, a la vez, le dio su existencia como espectáculo; este talón de Aquiles ha hecho que el cine se balanceé entre el arte y el marketing, sea una obra artística en los cine clubes o un producto con fecha de vencimiento en los multiplex. El espectáculo se puede vender, y se ha hecho a través de toda la historia, desde el hombre que se paraba con un tambor en un parque a interpretar canciones por unas monedas que caían en su sombrero hasta el teatro que se abre para una ópera o un concierto de música clásica, o la discoteca donde se presenta Gilberto Santa Rosa o el escenario público en el que Paco Ibáñez canta la canción para Julia. El cine irrumpe en estos escenarios, se convierte en una competencia que no requiere del actor de carne y hueso para despertar las emociones de los espectadores; le bastaba, en sus inicios, con un proyeccionista, un proyector y una lata de película; y ahora se pasea muy compante por las calles de la ciudad de Medellín; en las esquinas de la carrera Junín es posible encontrar el DVD de una película clásica y de otra que está en cartelera.

Uno de los valores universales de la obra de arte es su permanencia en el tiempo; de ahí que las generaciones continúen viendo el Ciudadano Kane[1] y Casa Blanca[2], y en literatura se siga leyendo la Odisea y la Divina comedia. La obra de arte universaliza el espacio y el tiempo; la gente conoce cómo era Pompeya antes de la erupción del Vesubio, se da cuenta de sus costumbres por un libro o una película. Las pasiones humanas son el otro rasgo que perpetúa una obra; la alegría, la tristeza, el desencanto, la ternura, han estado acompañados de la gratitud, las intrigas, las traiciones, la lealtad; el espectador se identifica con los sentimientos de los personajes en la pantalla. El cine, como todas las artes, se venía valiendo de estos universales para cautivar a su público; las películas con Bogart[3] o Sofía Loren[4] eran memorables; la gente, después de muchos años, seguía recordando aquellas actuaciones, o la historia de El tercer hombre[5], esa intriga tan bien tramada. Eran comunes las tertulias para hablar de cine o el conservar en los diálogos cotidianos la película vista en el matiné del domingo.

En el mundo de lo efímero, cual es el mercado, se necesita que un consumidor compre un producto cada quincena, como la comida y los jabones líquidos que son indispensables para mantener limpio el baño. Esta misma estrategia se está implementando en el arte; ya las obras cinematográficas no permanecen largos meses en cartelera; el mercado está diseñado de tal manera que cada cierto tiempo se estrenan grandes producciones que entierran las anteriores; así como los alimentos están variando constantemente, el yogurt para el flujo intestinal, también el cine es un producto que se innova, que tiene sus valores agregados para ofrecérselos al consumidor: un actor de moda, un director con trayectoria, el uso de nuevas tecnologías para destruir una ciudad en diez segundos, la adaptaciones de obras literarias como la Ilíada, pero con grandes efectos especiales. Cada día el mundo se reduce a las necesidades de un cuerpo finito que requiere ser alimentado; al igual que se come arepa, pan y chocolate, al desayuno, también se consume alegría, tristeza, asombro, melancolía y sorpresa, en la tarde o por la noche.

El guionista escribía historias que nacían de un pensamiento artístico que construía personajes con unas características humanas para que sus acciones tuvieran un porqué interior; o el guionista viajaba a lugares exóticos para mostrarle al mundo las costumbres de una comunidad alejada en el Himalaya. El espectador se conmovía por ese hombre que en el momento de morir se acordaba de su trineo o por esa montaña escarpada que se cubría de nieve en el invierno. Pero la atracción que ejercían los espacios exóticos se está perdiendo con las nuevas tecnologías de la comunicación; a un latinoamericano le es posible sentarse frente al televisor a deleitarse con las culturas de Japón y China; ya Marco Polo no tendría que emprender esos largos viajes para regresar con una historia en la memoria. La nacionalidad se reduce a haber nacido en determinado espacio, pero el intercambio comercial construye un ser global en el sentido de que se apropia de aquello que le brinda la televisión, el internet y, por último, el medio en el que habita. En su apartamento de sesenta metros cuadrados se apretujan el televisor coreano, la licuadora americana, el celular japonés, el traje italiano, la grifería alemana, la cama francesa, la sala portuguesa. El mismo cine, que es la copia de la vida en movimiento, se convierte en el producto que entra a la casa valiéndose del televisor, la computadora y el DVD; el niño crece con el control remoto en la mano, cambiando de canales, apropiándose de mundos más allá de la puerta de su casa; tal vez se le olvide dónde queda el baño, pero no el castillo encantado de su héroe de dibujos animados.

La obra de arte cinematográfica era el tesoro más preciado del guionista; vendía su historia con la ilusión de que nadie se la tocara, que pasara a un director que le respetara esa secuencia inolvidable, insustituible. Este tipo de guionista está enterrado en sí mismo, el marketing le ha puesto la lápida en la puerta de su habitación; los productores ya no preguntan por él, no tocan a su puerta; ellos andan muy ocupados indagando por las necesidades del espectador, mirando las tendencias del mercado y manteniéndose dentro de una actualidad masificada: las catástrofes, los conflictos entre países, la violencia, las intrigas políticas, los asesinos en serie. Desde la mirada de todo lo anterior, el productor asiste al pitching para seleccionar, no la obra de arte de un guionista, sino la idea que se acomode a los requerimientos del mercado. La exigencia cumbre del momento, en el cine, es un producto que sea de consumo masivo, cuya recuperación de la inversión se dé en el menor tiempo posible. La autonomía para escribir ya no existe; el guionista responde a una demanda y se convierte en el vendedor de su idea; de su capacidad de convencimiento dependerá que su obra llegue a un equipo de producción; se capacita para escribir, pero, principalmente, para ofrecer su producto.

La preocupación del guionista se centra en lo que está pasando en el momento, y no solo dentro de su pequeño mundo, también en el planeta entero; de esta manera se entera  de las posibilidades de comercialización de su idea. La mente del guionista, que permanecía cerrada en unos preceptos, se abre, permite que sea permeada por nuevas ideas; los temas de su guión no son los que dignifican la condición humana, sino el hecho que está afectado a la población en un momento dado, como el dinero encontrado en la selva[6]  o la caída de las Torres Gemelas. El afán por no dejar pasar un acontecimiento le acorta las horas para su trabajo; deberá terminar su guión en el menor tiempo posible porque hay que atrapar al público en caliente; la historia tendrá que estar vigente en la actualidad que los medios de comunicación conservan por unos días o varios meses. El guionista es encasillado en un método, el que esté de moda, para llenar ese molde con su historia, la deberá acomodar de la misma forma en que un adolescente se sube a una montaña rusa para experimentar diferentes tensiones: subirá, bajará, se irá de lado, descansará en lo plano y luego otra subida para descender en picada y llegar a la meta.

Sin embargo, la flexibilidad para adaptarse al mercado no es sinónimo de facilidad; se requiere de una actitud inteligente para, en un momento dado, esa secuencia que se tenía como fundamental en la historia se tenga la capacidad de cambiarla por algo que se le ocurrió al productor en un instante. El guionista debe estar atento a los cambios que le exijan: un nuevo personaje, una intriga de amor, una subtrama en un tren, una carrera de autos. La flexibilidad sin la rigurosidad es como una cuerda que se estira y se revienta, que no resiste el estreno de la película. El secreto está en encajar aquello que no se tenía previsto sin que acabe o malogre lo ya realizado; más bien para que transforme la historia inicial en un producto atrayente. En algunas veces le tocará reescribir toda la historia; esto es difícil, pero no imposible si se cuenta con una formación intelectual amplia y se ha investigado más de lo necesario. El guión no es un recipiente al que todo le cabe; es una estructura intencional que esta tejida con hilos muy frágiles; una idea mal colocada, arbitrariamente sumada, puede romper sus nudos; a la historia se le agrega un hilo o se le quita e, inmediatamente, se desbarata para armarse desde una nueva intención. Cualquiera que sea la exigencia de un productor, la respuesta siempre estará en la historia, y hacia esta debe girar la mirada del guionista porque no es él quien le responde la pregunta al productor.

El cine emigró de las grandes salas situadas en diferentes sectores de la ciudad, la carrera Bolívar y Palacé, hacia la construcción de multiplex en los centros comerciales de El Poblado, Belén y Laureles; cada vez estos centros incluyen más ofertas; primero fueron los almacenes de ropa y calzado, las zonas de comidas rápidas y los bancos, pero ya cuentan con peluquerías, centros de salud, cines, espacios de recreación, etc. Los centros comerciales se parecen más a las plazas públicas en las que se centraliza el comercio, la autoridad política y la recreación. Dos señoras se sientan a conversar en el Centro Comercial Santafé; sus hijos juegan en simuladores de autos de carreras; los maridos hacen una transacción en el cajero; la amiga se come un helado; la suegra está mercando en el Carrefour, las dos adolescentes entraron a ver Harry Potter. De ahí que el cine sea una oferta más en los centros comerciales, la posibilidad de despertar las emociones momentáneas; hay que agarrarse de la silla cuando se hunde el Titanic[7] y llorar porque Leonardo Di Carpio[8] se murió en el mar.

De todas maneras, el espectador pide que le cuenten una historia, y esto viene sucediendo desde tiempos inmemoriales, cuando los habitantes de una aldea se reunían alrededor de un fuego para escuchar al guerrero venido de lejos, y este les narraba con su voz las costumbres de una región de la antigua Persia o les hablaba de grandes pirámides, o de gestas heroicas en las arenas de Troya; de los hombres que había matado en una batalla en las Cruzadas o de las bombas que había lanzado contra Hiroshima y Nagasaki, y, así, por el camino de la humanidad este guerrero aldeano ha ido transformado los medios para contar; fue pasando de la oralidad a la escritura y, de estas, a la imagen en movimiento; la sombra de un árbol se proyecta en el piso; la sombra de un caminante se mueve; el conservar la imagen de estos pasos sin el hombre era un problema que se debía resolver de alguna manera. Un contador de historias decía que el alce corría por la llanura; otro se valía de una pluma para contar que en una tarde de sol el alce corría por la llanura; en ambos, el interlocutor y el lector debían imaginar la carrera del alce. En el cine, el alce tampoco está presente, pero en la pantalla se le ve corriendo por la llanura. De entre esa exagerada publicidad, con la que se promociona una película, hay unas incógnitas que permanecen en el espectador, y son las ansias de saber cosas tan sencillas como qué le sucede a quién, en dónde, cuándo y por qué; estos son los cinco puntos de partida, los cinco interrogantes que deberá responder el guionista porque, a través de los tiempos, estos elementos han permanecido en todas las historias.

Escribir un guión es una tarea ardua; el guionista debe trascender los métodos y los temas de los marketing; lo estándar termina por cansar al espectador; el mercado le va moldeando los sentimientos, lo va masificando, pero llegará el momento en que reaccione, que vuelva a interesarse por historias que recreen al ser humano en su complejidad. El guionista se flexibiliza para la demanda del mercado, pero su oficio lo lleva a satisfacerse a sí mismo y a respetarse como artista, a la vez que hace esfuerzos por dignificar el arte cinematográfico aportándole nuevos recursos narrativos para que no se estanque en el espectáculo comercial. Nadar contra la corriente significa rebasar la idea de producto de tal manera que ese “para”, que es lo que pide el mercado, sea tratado con algún resto de dignidad; en el argot comercial sería darle, mínimamente, un valor agregado al guión como que la historia, y lo descubrió Aristóteles, sea completa para el espectador. “Todo es lo que tiene principio, medio y fin”[9]. Finalmente, lo más elemental que pide la señora que paga su boleta en el multiplex del Tesoro es que le resuelvan los conflictos planteados para salir a tomarse un capuchino con la amiga y contarle que Juliana regresa de Barcelona el martes porque ya terminó la especialización en decoración de interiores. Cada vez la historia permanece menos tiempo en la mente; el cerebro no es un disco duro para almacenar recuerdos y deseos; el espectador solo posee memoria ram ddr3 de 8 ó 12 gb; las expectativas de la masa están almacenadas en la nube de los grandes gurú del marketing; ellos saben qué emociones requiere el espectador, cuándo y en qué centro comercial; la computadora se enciende, el gurú abre un archivo y las neuronas del espectador se activan para interactuar con las imágenes de la pantalla.

El marketing vende la ilusión de que solo existe lo que ellos pregonan, que el mundo entero está pendiente del estreno de determinada película; lo que vale es el público masivo de los multiplex, el que asiste a la premiere, y cuya taquilla es de quince millones de dólares en un día. ¿Y el público que no se ve, que no está esperando los estrenos? Este es una minoría que no importa para el marketing, pero que también está demandando historias que conmuevan por la maestría en su concepción; con personajes bien construidos y una trama inteligente, más una postura ideológica y artística. El guionista tiene dos posibilidades: o satisfacer la demanda momentánea del espectador masivo o tratar de cautivar a un público más especializado en el séptimo arte. Pero se podría ir más lejos, hacia la creación de obras para todos; ya cada uno encontrará lo que busca de acuerdo con su preparación intelectual y sus expectativas de recreación o deleite artístico. Las grandes obras de la literatura y del cine no fueron pensadas para un nicho de mercados; se escribieron y se filmaron porque un narrador sintió el deseo de contar una historia a un alguien de su tiempo y de las generaciones futuras.



NELSON RENDÓN GARRO. Nació en Ciudad Bolívar (Antioquia) Es Licenciado en Educación: Español y Literatura, y Magíster en Literatura Colombiana, de la Universidad de Antioquia. Ha sido profesor en el Politécnico Colombiano “Jaime Isaza Cadavid”. Publicaciones: Los de siempre (novela), El relevo (cuento), Un relámpago de viento (cuento), El acontecer de los arrieros (cuento) y Soñaba ser como Aristi (cuento).[10]



[1] El ciudadano Kane. Dir. Orson Welles. EE.UU., 1941.
[2] Casa blanca. Michael Curtis. EE.UU., 1942.
[3] Humphrey Bogart nació en Nueva York en 1899 y murió en Holmby Hills (California), en 1957. Es actor de cine. En 1951 ganó el Oscar como mejor actor en La reina de África.
[4] Sofía Loren nació en Roma en 1934. Ganó dos Oscar y varias nominaciones a los Globos de oro. Entre las películas que trabajó como actriz están Deseo bajo los olmos y Orgullo y pasión.
[5] El tercer hombre. Dir. Carol Reed. Gran Bretaña, 1949.
[6] Soñar no cuesta nada, película colombiana de Rodrigo Triana, 2006. Narra la historia de unos soldados que encuentran varias canecas repletas de dólares en las selvas colombianas.
[7] Titanic. Dir. James Cameron. EE.UU., 1997.
[8] Leonardo Di Carpio nació en Estados Unidos, en 1974. Es actor y productor de cine. Entre las películas en las  que ha actuado están Diario de un rebelde, Titanic y Diamante de sangre.
[9] Aristóteles. Poética. apocatástasis.com/poetica-arte-aristoteles-tragedia-comedia.php. P. 10.

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