jueves, 28 de abril de 2016

LA TIERRA Y LA SOMBRA El vivo retrato de la historia




LA TIERRA Y LA SOMBRA
El vivo retrato de la historia

Autor: NELSON RENDÓN GARRO
marioelerrante@gmail.com
        
El cine, a través de la historia, se ha estado nutriendo de múltiples recursos narrativos, desde la cámara fija de los hermanos Lumiere hasta la liberación de la posición corporal para que el espectador no se sitúe en la mirada humana, sino que tenga infinitos ángulos de visión. La cámara, como mirada de alguien, desaparece y la imagen se hace total porque rompe, también, con un encuadre limitante; ya se pueden lograr imágenes de 360 grados. El cine se vale de recursos digitales para crear efectos especiales, los que posibilitan saltar las barreras de la realidad para filmarlo todo, desde ciudades que son destruidas con un clic hasta monstruos mitológicos que cobran vida en la pantalla. Ya la historia, con su introducción, desarrollo y desenlace, poco importa; ahora el interés se centra en la propuesta visual para cautivar al público cineasta con imágenes increíbles por lo fantásticas.
Pero es refrescante que a veces el cine regrese a sus orígenes para trazar una estética de lo elemental  y lo íntimo, tanto en la forma como en la historia. La tierra y la sombra (2015, dir. César Augusto Acevedo), es este viaje al pasado para desempolvar la cámara de los hermanos Lumiere y presentar el álbum vivo de una familia, cuyos integrantes entran y salen del cuadro, como en los inicios del cine. Las puertas y ventanas permanecen cerradas porque existe un entorno hostil afuera. La quema de la caña de azúcar ensucia el interior, no únicamente de la casa, sino que, además, estrecha la vida de los personajes. La ceniza que todo lo cubre simboliza la existencia de seres que padecen su propia historia, la del esposo que se fue y ahora regresa para reconstruir los vidrios rotos del espejo de un tiempo perdido, lejos del hogar. Alfonso encuentra a su hijo enfermo de los pulmones y a Alicia, su esposa, trabajando en las plantaciones con Esperanza, la nuera. Al final, todos se van, menos Alicia; por siempre, ella permanecerá en la casa como un símbolo de resistencia ante los cañaduzales que la acosan para desaparecerla en la verde inmensidad.
La tierra y la sombra no se limita a una cámara fija; dentro de este encuadre aparecen los rastros de la pintura universal, principalmente de la luz natural que tanto recuerda a Johannes Vermeer, y las manos de Miguel Ángel, en la Sixtina, o el paisaje bucólico de los cañaduzales, cuadro que se repite con el árbol y la banca para sentarse, único lugar del afuera (el patio en tierra) que aún no es ajeno o que no ha sido invadido por la caña de azúcar. En Sueños (1990, dir. Akira Kurosawa), se penetra en una pintura de Vincent Van Gogh y el estatismo de los colores cobra vida; el movimiento del pintor en su oficio, el viento y el volar de los cuervos. Esto lleva, también, a pensar en las Meninas, de Velásquez. La ventana abierta proyecta luz para hacer visible el interior, lo mismo que el pequeño zaguán que muestra un afuera lleno de sol. El cine, que no es más que una ilusión óptica, se alimenta de todas las artes y, como arte visual, toma de la pintura lo que necesita para dibujar el retrato vivo de las acciones, que son la historia, pero estas requieren, para convertirse en arte, del ropaje de una forma compuesta por un encuadre impecable, una luz predominantemente natural y unos actores tímidos en sus acciones ante la cámara.
El entorno de esta historia se podría dividir en dos: por un lado está la casa con la historia íntima de una familia resquebrajada por el pasado y la enfermedad, y por el otro se halla la caña de azúcar que inunda el paisaje con su verde monótono y los conflictos sociales asociados al trabajo de los cortadores de caña, pero el acierto de esta película está en que no se deja arrastrar por el afuera histórico del cine latinoamericano de los sesenta y setenta, para convertir la historia en una protesta social, sino que permanece adentro, en la intimidad de los personajes, aunque el afuera sí influye en estos de una manera determinante, ya que representa la subsistencia diaria. La tierra y la sombra supera, así, una época en la que era más importante la protesta social que la misma historia y el perfeccionamiento de la forma visual y sonora.
Las panorámicas de la caña de azúcar aíslan la casa campesina, a la vez que encierran a los personajes. El sonido ambiente aporta desde un principio, con el carro enorme que transporta la caña y baña de polvo y ruido al esposo que regresa. El ruido que produce la caña de azúcar en llamas apabulla a los personajes, los envuelve perdiéndolos en una inmensidad de ceniza y fuego amenazante. La ausencia de música resalta la importancia del sonido ambiente porque este entra a significar con la imagen; ambos se juntan para crear la atmósfera hostil que vive la familia en ese entorno de cañaduzales, donde sucede el arduo trabajo de los cortadores de caña.
La caña de azúcar es un cultivo extensivo, que lo invade todo, y, desde este punto de vista, La tierra y la sombra, prefigura un futuro, el de la agroindustria, que tanto ha afectado la vida de los nativos africanos. Muy pronto a los campesinos de Colombia también les tocará aguantar hambre sentados al lado de los grandes cultivos que no les pertenecen. Sus mismas viviendas se verán asfixiadas y arrasadas por los tractores y la ambición de los indiferentes terratenientes. Esta película, que ganó cuatro premios en Cannes, entre estos, La Cámara de Oro, estará vigente por mucho tiempo y será un referente vivo de una realidad campesina acosada, irónicamente, por la agricultura que no podrán consumir. Los campesinos, entonces, añorarán las huertas caseras, esas que se acabaron porque era más importante el dinero que la comida. En un futuro, no muy lejano, los cultivos serán más codiciados que el oro mismo, cuando la humanidad necesite alimentarse y los productos del campo escaseen. Pero la gente de los países ricos no se desplazará en busca de alimento; lo producirán en la tierra de los países pobres para importarlo. La agroindustria es una de las razones para que se estén dando las grandes migraciones de africanos; ellos, al no tener alimento, les toca buscar la entrada a los países europeos en unas barcazas que a diario naufragan en los mares. Estas mismas migraciones se han estado produciendo en Colombia; el desplazamiento de los campesinos hacia las grandes ciudades, no es tanto por el conflicto armado, sino porque los terratenientes aprovecharon este para apropiarse de las mejores tierras.
El cine es uno, la película que se logra, pero en su composición es múltiple. Lo que está dentro de la imagen son unos personajes encarnados por actores de carne y hueso. La deuda grande del cine colombiano está en la formación de actores y en su posterior dirección en la puesta en escena. El trabajo con actores naturales es más complejo que cuando se escogen actores profesionales. Se debe seguir luchando contra la rigidez de los actores cuando no encuentran una expresión dentro del plano. Es necesario lograr que los actores se suelten y lleguen a la riqueza expresiva, según la situación que estén viviendo en una secuencia. Si se mezclan actores naturales con actores profesionales, hay que evitar el contraste de una actuación diferenciada que cojea de la parte más débil (el actor natural). Es necesario que el actor natural este a la altura del actor profesional y que los dos, igualmente, logren una expresión coherente con la situación. El otro faltante del cine nuestro tiene que ver con la narración de imágenes; así como existe una dramaturgia de la historia, también hay que avanzar en una dramaturgia de la imagen, en la trama visual que va a hilar la historia porque la palabra pertenece más a la literatura que al cine. El hilo conductor de las imágenes es el que va a permanecer en la memoria de los espectadores, incluso por encima del hilo conductor de la historia. La tierra y la sombra supera está segunda carencia al valerse de los recursos expresivos de la pintura, lo que desvía la atención del espectador más intelectual. La fotografía impresiona de entrada por su magnitud panorámica y por la composición poética y pictórica de los planos. La luz natural, con su penumbra y resplandor, marca, de una manera visual, los dos territorios, el de la casa y el de la caña de azúcar. No se ve aquí el afán del cine comercial; esos planos brutales y rápidos que pegan contra la mirada del espectador para no permitirle espabilar. Los planos de La tierra y la sombra conservan la duración de la lentitud de la historia y permanecen más allá de la acción física para permitirle al espectador la contemplación del personaje, lo que rara vez se tiene en cuenta en el cine comercial, pero que sí es propio del cine de autor. El cine comercial se pregunta qué quiere ver el público; cuál es su sicología frente a la pantalla; de qué manera se le puede manipular para sostener el negocio de los taquillazos millonarios. El cine como arte penetra en la historia para encontrar una forma de contarla y se vale de los recursos expresivos acumulados en sus ya largos cien años. En esta película, se suman varias características de la pintura universal, las cuales embellecen la imagen y obliga al espectador a ir más allá para reconocerlas en el movimiento dentro del cuadro.

La tierra y la sombra es, sin duda, una de las mejores y más bellas películas del cine colombiano. Atrae al público por su perfección en la composición y encuadre de la imagen, y por la sencillez de una historia familiar que establece un diálogo íntimo con el espectador. Verla detenidamente es acercarse a un director (César Augusto Acevedo) que ha iniciado con pie derecho el apasionante y riguroso oficio del cine. La perfección nunca se logra, pero es un punto lejano hacia el que camina todo artista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario