LA
ESCENA FUNDAMENTAL
(La
cara oculta)
Autor:
NELSON RENDÓN GARRO
El
cine existe en el movimiento y en el público que se sienta en las butacas,
frente a la pantalla. El primero es una ilusión; el segundo se sumerge en un
sueño de una realidad tan compleja y
nítida como la vida misma. Siempre han estado separados el cine y el público,
pero a este le ha tocado padecer las mayores tragedias sin poder hacer nada por
los que mueren de múltiples maneras en la pantalla. Irónicamente, los
personajes no ven ni escuchan al público, pero él se vale de la imagen y de los
parlantes para sentirlo todo, hasta los murmullos. En el teatro el actor está
presente con su personaje, y este es de carne y hueso y ocupa un lugar en el
escenario; le es lícito mirar al público y escuchar sus aplausos; hasta se baja
de las tablas y estrecha la mano de los espectadores. En el cine se pierde la
presencia del actor; se está frente a un personaje que no se puede tocar, que
simplemente está registrado en una cinta; al final de la película, el público
no lo verá por las calles de su pueblo, pues tal vez ya el actor murió o se
encuentre en una región alejada del Himalaya.
En
La cara oculta, Belén, sin salirse de la ficción de la pantalla, se coloca al
mismo nivel del público; penetra en el secreto de Emma con el fin de darle una
lección a su novio, y este refugio es igual a la sala donde se sientan los
espectadores, ya que posee un espejo unidireccional y un parlante; ella escucha
y ve lo que sucede en la habitación y en el baño, pero Adrián permanece afuera,
siendo cine. Belén establece una relación de complicidad con el público a través
de los gestos; con estos parece decirnos que Adrian es un caballero porque le
lleva flores o que la descubrió en la mentira, de que lo había abandonado,
porque encontró una crema en el baño. Los gestos de Belén equivalen a los
gestos que la acción de la pantalla produce en el público; recuérdese que a
este no le es permitido hablar mientras ve la película. En este juego de acción
y reacción el público presencia la misma historia dos veces, lo que, a la vez
se relaciona con la trama, la cual empieza en Fabiana y luego se devuelve hasta
Belén para pasar nuevamente por Fabiana y continuar hacia el final. La cara oculta
rompe el dualismo, película – público (emisor-receptor), ya que entre los dos
se interpone Belén; el espectador tiene
dos miradas, pero ambas son ficticias.
A
Belén se le cae la llave antes de entrar en el refugio; esto hace que ella
quede atrapada en el adentro, pero el público no puede hacer nada; a ninguno de
los espectadores le es permitido penetrar en la pantalla para coger las llaves
y abrirle la puerta a Belén; solo le queda esperar a que alguien más de la
ficción se dé cuenta, Fabiana encuentra las llaves y descubre que Belén está
ahí, pero ella no va a ser tan boba para malograr su oportunidad de tener a
Adrián, un director de orquesta que, posiblemente, se la llevará para España.
Este
hiperrealismo, si así se puede llamar, hace recordar los inicios del cine,
cuando los espectadores se agachaban en las butacas para que no los fuera a
atropellar esa locomotora que se les venía de frente. Mediante la escena del
refugio, La cara oculta rompe la frontera entre la realidad (el público) y la
ficción (la película), y le hace creer al primero que él también es ficción, y
sí que lo es, porque establece una convención con la pantalla para creer y
sentir en lo que ve y escucha. La luz que se apaga no es la bombilla del
teatro, sino la vida de los espectadores; en la pantalla se ilumina esa otra
vida que pertenece a un afuera que, sin embargo, no existe para el público.
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